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Nada humano me es ajeno

sábado, 14 de diciembre de 2013

Acercamiento a la poesía de San Juan de la Cruz


 

La poesía es palabra para sentir y no conviene constreñirla: Los dichos de amor es mejor declararlos en su anchura, para que cada uno de ellos se aproveche según su modo y caudal de espíritu, que  significan encarecimiento afectuoso. Los cuales, cada vez que se dicen, dan a entender del interior más de lo que se dice por la lengua.
Tiene la poesía una prerrogativa fundamental: la de reclamar la colaboración del receptor para suplir las deficiencias comunicativas.
Consciente de la inefabilidad de la experiencia a comunicar, San Juan de la Cruz evita por todos los medios conducir la comprensión por un único camino. En sus poemas mayores no busca hablar al entendimiento sobre los principios teológicos de la mística, sino mostrar al sentimiento sus consecuencias vivenciales últimas.
La inefabilidad de la aventura es continuamente señalada: por la falta de concreción, por las asociaciones paradójicas, por la explicitación de la misma -uno no sé qué", "donde no supe", "aquello que", etc.-, San Juan de la Cruz se acerca a la expresión de lo inefable con una preocupación intensa por subrayar que es inefable. Así pues, lo que, en principio, debería ahogar el mensaje en su raíz, se convierte en parte sustancial del mismo, exigida por la necesidad de sugerir la intensidad de la experiencia. Recordemos una parte de la declaración de la primera canción de la "Llama de amor viva": para encarecer el alma el sentimiento y aprecio con que habla en estas cuatro canciones, pone en todas ellas estos términos ¡oh! y cuán. Su interés por adentrarse en tan recónditos ámbitos le trae hasta nuestros días, en que herederos de los románticos, y sobre todo de los simbolistas, hemos querido utilizar y entender la poesía como instrumento de indagación y expresión de lo subconsciente o ultraconsciente.
 San Juan de la Cruz es, por teoría y práctica poéticas, un autor cercano a nuestro tiempo. Proclaman su contemporaneidad el ejercicio de una poseía "abierta hasta las más remotas resonancias"  en los grandes poemas; pero también -acompañando y sustentando esto- sus reflexiones metalingüísticas y metaliterarias. Sino y signo de nuestro siglo –motor fundamental del incesante sucederse de vanguardias y experimentalismos- es la indagación sobre los vehículos de comunicación.
Pero, por otra parte, la poesía de San Juan de la Cruz es reacción, es combustión, que se produce en un momento dado de la trayectoria de la cultura y de la literatura española. Interesa saber qué palabras -conceptos, modelos, recursos, ritmos- están a su disposición cuando nuestro poeta lleva a cabo esa búsqueda  a la que se refiere su precisión de más arriba. Es mucho lo que encuentra y asume su "lirismo integrador" -en expresión de Jorge Guillén . Sin ataduras, sin prejuicios de procedencia cultural, recurrirá aquí y allá a la búsqueda de los efectos de amor. Estos son los que dan coherencia a sus recursos, los que integran las distintas tradiciones que aprovecha.
 Lo primero que se impone ante el lector de la poesía de San Juan de la Cruz, es la intensidad del sentimiento. El asombro de sus versos comienza por la expresión de un concepto de la fuerza positiva y universal del Amor, llevado a sus más altas cotas. San Juan de la Cruz formula una infinitud, una elevación del sentimiento, que evidentemente se explica desde su referencia mística, pero que no por eso anula sus posibilidades de aplicación a un amor humano ideal -como el hombre anhela, aunque no consigue-, superador del tiempo y del espacio.

martes, 10 de diciembre de 2013

Con el alma a flor de piel



 El alma es un soplo divino. Dios infunde un alma al ser humano a su imagen y semejanza. El alma como partícula que brota del Padre Creador, es esencia de El mismo y por eso es imagen y semejanza suya, y el Hijo de Dios al hacerse hombre en la figura de Jesucristo se hace semejante al ser humano en su envoltura corporal sin dejar de ser Dios. Ese soplo divino, o sea el alma, se une al comienzo de un nuevo ser humano en el instante mismo en que el óvulo es fecundado, en ese preciso instante , ni antes ni después.
Todos los hombres tienemos un alma que nos alienta y da vida, es un alma inmortal. El alma de los niños es un alma nueva, recién salida del corazón de Dios. Pura, limpia, vigorosa, armónica, bella y grande, casi más grande que el cuerpecito que la posee.
Por eso podemos decir que vemos su alma, pues nos basta mirar sus ojos. A los ojos del niño se asoma el alma, se desborda por su persona inundándolo de inocencia y candor. Al abrazarlos podemos sentir que abrazamos su alma, que abrazamos a Dios.
El ser humano va creciendo y se ocupa y preocupa por fortalecerse intelectual y físicamente. Ejercicio para los músculos, alimentación , estudio, trabajo. Todo en un orden perfecto que nos dará un ejemplar, en algunos casos admirable, del ser humano pero... el alma se quedó raquítica. No hubo para ella ejercicio espiritual, ni vitaminas ni tónicos de fortalecedores Sacramentos, no tuvo la luz ni el diario calor del sol de la oración, diálogo vivificante con Dios su Creador. Nada hubo para ella y se empequeñeció, al grado de quedar anémica y debilitada en el fondo, muy en el fondo, de la persona que la olvidó.
Y así hay personas en todos los niveles, pobres y ricos, figuras prominentes de la sociedad o en el ambiente artístico que al mirarlas no encontramos el destello divino y vemos por el contrario que están con el cuerpo atrapado por las pasiones y la parte animal se hace presente en todos sus actos.
Sin embargo hay otras personas, también en todos los niveles sociales y distintas profesiones, que tienen el alma grande. Un alma que está encerrada en frágil envoltorio humano pero que creció al unísono, en concordia con la estructura física o a veces hasta más, lo vemos en los místicos, San Francisco de Asís, San Juan de la Cruz, las tres Teresas , la del Niño Jesús, la de Ávila y la Madre Teresa de Calcuta, el Beato Juan Pablo II, citando sólo estos nombres pues la lista sería interminable, o incluso personas que hoy está muy cerca de nosotros en nuestra familia o amistades.
Y tanta es su grandeza que parece que se escapa por sus poros y la vemos al mirar sus ojos, en su sonrisa, en su forma de vestir, en la manera en que nos da la mano, en su forma de hacer una caricia...lleva un aura en su contorno que casi se hace tangible y al estar en su presencia es como si nuestro cuerpo, con frío, se acercara al rayo del sol, por el calor que nos transmiten esas almas a flor de piel.
Cuando nos encontramos con estas personas en nuestro diario vivir, decimos que tienen un "no se qué" y es porque están llenas de gracia, llenas de la presencia de Dios.
Esforcémonos en hacer que nuestra alma crezca al unísono de nuestro cuerpo, dándole la vida espiritual que necesita para fortalecerse, pues ella es la que no hace inmortales y fue el regalo de Dios al comenzar a ser.
Que cada día se haga más fuerte, más grande y así podamos ir por la vida llevando siempre nuestra alma a flor de piel.