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Nada humano me es ajeno

viernes, 14 de febrero de 2014

The Most Emotional Clip Ever - Penguins Grieving



Dramático vídeo de una mamá pingüino 'llorando' a la cría que se le ha congelado

Intenta reanimarla sin éxito con su pico y grazna de dolor.  Es realmente desgarrador, y pone de relieve una vez más como los sentimientos de los animales son los mismos que los del humano- en según qué casos superiores

 

miércoles, 12 de febrero de 2014

Ni con Wert ni sin Wert

 


Maribel Verdú tiene poca paciencia. Si a la media hora no le gusta una película, se va del cine. Por ejemplo, se largó de Antes del anochecer. Con los libros también es exigente y a las 50 páginas, si no le atrapa la historia, adiós. Pues si no pudo con Antes del anochecer, imaginen con En busca del tiempo perdido o Moby Dick… También podemos deducir que, de acuerdo a su exquisito paladar cinematográfico, la Verdú no ha visto ninguna de las películas nominadas para los Goya 2014, empezando por el bodrio que interpreta, 15 años y un día, un melodrama dirigido por Gracia Querejeta y en el que protagoniza la peor secuencia del cine español de la pasada temporada, largando un sermón lloriqueante en un hospital.
El criterio Verdú, efectivamente, sería mortal para el cine español, posiblemente uno de los más aburridos, vulgares, mediocres, histriónicos y faltos de ideas y variantes formales del panorama internacional. Y no es que lo diga yo. La ya citada 15 años y un día fue la seleccionada por la academia del cine español para competir en los Óscar. Dado que los motivos cinematográficos eran inexistentes, podemos suponer que su selección se debió a esa endogamia que es una de las lacras de los más diversos gremios en España, en la que el amiguismo prima sobre el mérito. Por supuesto, no fue seleccionada por la academia de Hollywood.
Pero tampoco ha habido ninguna película española seleccionada para el cine de calidad de los grandes festivales europeos. Ni Berlín, ni Venecia ni Cannes seleccionaron película española alguna. Tampoco hay entre las nominadas a los premios Bafta, Donatello y César (bueno, sí, Blancanieves, del 2012). Puede ser, claro, que exista una conspiración universal contra el cine español. O puede que las películas españolas en general sean aburridas, vulgares... (v. supra). Y los españoles que triunfan en algunos de los alternativos, como El quinto evangelio de Kaspar Hauser, de Alberto Gracia, en Rotterdam, o Historia de mi muerte, de Albert Serra, en Locarno, están, por supuesto, desaparecidos en la competición para los Goya. En España hay talento cinematográfico, pero no lo busquen en la tan rimbombante como vacía Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, que, dado el tono político y la calaña (in)moral de los discursos habituales de los premiados, podría ser conocida, al igual que la Selección, como la Roja.
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Si hay algo que caracteriza esta entrega peliculera del cine español es que parecen vídeos grabados por alumnos de instituto. Incluso Pedro Almodóvar ha vuelto, con Los amantes pasajeros, a sus orígenes chapuceros, cutres y cavernícolas: en su momento tenía la gracia del principiante ignorante pero atrevido y con estilo; ahora… Sin el estilo de Almodóvar y un taquillazo a lo Santiago Segura o Juan Antonio Bayona, el panorama del cine de la Roja es desolador. Es tal la diferencia entre el cine español y el cine de nuestro entorno que no hay más que comparar las nominadas a mejor película española (15 años y un día, Caníbal, La gran familia española, La herida, Vivir es fácil con los ojos cerrados) con las nominadas en la misma gala a mejor película europea (Amour, La gran belleza, La vida de Adéle, La caza). No hay más preguntas, señoría. Por cierto, hay otro premio a la mejor película iberoamericana, pero discriminan a las norteamericanas, asiáticas y africanas. Vete tú a saber la razón...
A pesar de este Bachillerato style, hay películas en España que se han rodado sin complejo de inferioridad y sin presupuesto, con muchas ganas y más ideas. Así, Gente en sitios, de Juan Cavestany. También es muy atractiva A puerta fría, un claustrofóbico retrato de un comercial en horas bajas cuyo guión podría haber firmado David Mamet. Y luego está la más atractiva visualmente, empezando por su lujoso cartel, Caníbal, un thriller sutil, terso y morboso firmado por Manuel Martín Cuenca. Sólo esta última estaba en alguna de las nominaciones importantes.
Dijo el presidente de la Roja, González Macho, que reclaman una bajada del IVA cultural. Y es que la izquierda está a favor de la bajada de impuestos siempre y cuando sea ella la única que se beneficie. Así, la marea blanca que ha desbaratado tras un golpe judicial la privatización de la sanidad madrileña se convierte en tsunami de aplausos durante la gala para Ignacio González porque pide que se baje el IVA al cine. Porque, claro, la sanidad pública es un derecho inalienable según los cineastas, pero que no se pague con su dinero, sino con el de los demás… Por otra parte, la debacle intelectual del presidente de la Academia llegó a su apogeo cuando se quejó del pirateo: ¿quién en sus cabales querría ver una película española, al menos el típico y tópico cine rancio que patrocina y apadrina González Macho? Por el contrario, el mejor, más auténtico y combativo cine español se exhibe online incluso de forma gratuita, como es el caso de Alegrías de Cádiz, de Gonzalo García Pelayo. Porque hay un cine español que sí merece la pena, como el que citaba antes, y que triunfa en festivales internacionales; pero tiene su peor enemigo en la casta de los incompetentes, reaccionarios y atrapasubvenciones que controla como una mafia la producción y la distribución en España.
En este sentido, tuvo razón Javier Bardem al aprovechar torticeramente la entrega del premio a la mejor actriz para sermonear –hipócritamente, como es su costumbre– que el pueblo español está por encima de políticos como Wert. El caso es que también está el público español por encima de actores como él mismo, un tipo sectario y ruin que ejemplifica como pocos el laberinto de miseria sin salida en que se ha convertido el cine español comercial. Ni con Wert ni sin Wert (que se convirtió en la gran estrella de la gala, frente a los estrellados cineastas) tienen remedio los males del cine español.


(Santiago Navajas)

lunes, 10 de febrero de 2014

La poesía es un desafío a la razón

El poeta, el verdadero poeta, hace cambiar de vida a las cosas de la naturaleza, plasma en su red de palabras todo aquello que se mueve en el caos de lo innombrado, tiende hilos eléctricos entre las palabras y alumbra de repente rincones desconocidos. Y todo ese mundo estalla en fantasmas inesperados.
El valor de la poesía es un desafío a la razón, el único desafío que la razón puede aceptar, pues una crea su realidad en el mundo que "es" y la otra en el que "está siendo"...
La poesía es el lenguaje de la creación (poieo). En todo cuanto existe hay una palabra interna, una palabra latente debajo de las que las designan. Y esa es la palabra que debe descubrir el poeta.
Un poeta debe decir cosas que sin él jamás serían dichas. No hay poema si no hay lo inhabitual.
Sólo puede llegar a poseer la verdad poética quien se sumerja en la vida de la forma; y de la forma poética sólo se adueñará quien se hunda en la verdad en ella vivificada. Lo que nos proporciona mayor claridad y conciencia de las raíces del ser no es un esfuerzo mental, sino el don de la poetización simbólica y no por medio de una generalidad de orden conceptual, sino por una unicidad de orden imaginativo.
Nos sentimos gozosos, más allá de todo mero placer, siempre que nos vemos conmovidos  en la profundidad anímico-espiritual de nuestro ser, y no sólo cuando nos sentimos rozados periféricamente en nuestra sensibilidad. Porque la forma verbal poética no es sólo corporalidad sensible, sino que esta llena de alma y de temple. Y esa hondura de la poesía es no sólo goce estético sino hallazgo de lo más íntimo y personal
La polisemia del vocabulario poético y de las composiciones poéticas en sí hace emerger universos de sentido a partir de un grupo de palabras, universos que nos permiten conocer algunas formas de la realidad por vez primera, que ponen un orden de poderosa aunque sutil geometría en el caos, y que enriquecen nuestra conciencia.     
El lenguaje es mayor que el poeta, y éste ha de realizar una labor de arqueólogo, no ya para desvelar el significado de sus propias experiencias –de las que quizá parta su trabajo-, sino para perpetuar y descubrir el conocimiento inherente a la herramienta, lo que late en la intensidad de la palabra. De lo contrario, la creación poética suele quedar vacía, porque si no se atiende a lo que el lenguaje poético nos revela, la individualidad se apodera de la forma, y perdemos el vínculo con el decir originario.
El lenguaje parece un organismo vivo, consciente, único y lleno de sentidos diversos, inteligente e intencional. El poeta entra entonces en el espacio de lo sagrado y se interrelaciona con ello bajando la cabeza.
Todo eso se convierte en una pregunta sobre la naturaleza del lenguaje. ¿Por qué nos supera? ¿Por qué es más largo, ancho, profundo, grande que nosotros? La inmersión en la palabra poética como respuesta a un impulso personal de creación nos arrastra hacia la conciencia de esas palabras, que parecen decir más  de lo que teníamos en mente al comienzo del ejercicio poético.