Una de las muchas paradojas emocionales es la de que uno puede sentirse solo estando acompañado. Sentirse solo no significa necesariamente estar solo. Es una mezcla de poner el foco en uno mismo y no poder/querer apoyarse en los demás. Se trata de un sentimiento que indica que uno o bien cree que no puede contar con otros, o bien quiere contar solo con uno mismo. Se trata de una sensación que no tiene porqué coincidir con la observación externa del número y grado de relaciones significativas que una persona tiene en un momento dado. Se ve muy influido por emociones como la pérdida, sentimientos como el de la incomprensión o la frustración. Por ello es frecuente que sentirse solo sea una equivocada manera de leer la realidad. Hay ocasiones en el que la soledad es deseada como desarrollo personal, fuente de inspiración o de reflexión.
Sentirse solo duele sobre todo cuando se ha perdido a alguien, cuando pasas de compartir camino a caminar solo. El dolor indica la importancia de lo construido, señala el vacío que deja la persona que se fue, y el vértigo de tener que seguir a solas. Creo que este dolor hay que domarlo, es imprescindible hacerlo amigo, recorrer con el sendero de la aceptación, no luchar contra el, intentar aprender de lo sucedido y seguir hacia delante. Toda emoción nos muestra caminos de salida.
Es verdad que nacemos vinculados tan íntimamente a nuestra madre que, de hecho, empezamos a construir nuestra identidad diferenciándonos de ella. Crecemos entre personas porque nuestra parte social es fundamental y clave en nuestro aprendizaje. Pero esto nos lleva, a veces, a necesitar estar acompañados para cualquier tarea, a una cierta dependencia de la presencia de los demás. Deberíamos esforzarnos en enseñar también la importancia de saber estar solo, como elemento que nos permita decidir cuando, para qué y con quien compartir nuestra vida. Los demás nos aportan grandes cosas, nos enriquecen, pero a veces también pueden ser tóxicos y dañinos. Es un gran tópico pero realmente mejor solo que mal acompañado.
Es verdad que nacemos vinculados tan íntimamente a nuestra madre que, de hecho, empezamos a construir nuestra identidad diferenciándonos de ella. Crecemos entre personas porque nuestra parte social es fundamental y clave en nuestro aprendizaje. Pero esto nos lleva, a veces, a necesitar estar acompañados para cualquier tarea, a una cierta dependencia de la presencia de los demás. Deberíamos esforzarnos en enseñar también la importancia de saber estar solo, como elemento que nos permita decidir cuando, para qué y con quien compartir nuestra vida. Los demás nos aportan grandes cosas, nos enriquecen, pero a veces también pueden ser tóxicos y dañinos. Es un gran tópico pero realmente mejor solo que mal acompañado.
Es evidente que quien siente la soledad como un mal debe hacer también un trabajo de aceptación de la situación, y por supuesto esto lleva consigo el darse permiso para estar solo en cualquier situación. La soledad suele pesar porque lamentablemente no estamos educados para estar bien estando solos, siendo autónomos emocionalmente. Damos por hecho que en la vida siempre nos acompañan personas pero esto no es así ni en todas las etapas de la vida, ni en todos los contextos.
Tal vez sorprenda pero muchas veces la soledad, y el sentimiento que la acompaña, es deseada y buscada. La introspección es útil para la mejora personal y para la realización de algunos trabajos, como los creativos. Experimentar soledad y familiarizarse con el sentimiento de estar solo es una excelente manera de conocerse a uno mismo. Por ello todos deberíamos ejercitar con cierta frecuencia la soledad exponiéndonos al sentimiento de estar solos.