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Nada humano me es ajeno

martes, 28 de enero de 2014

Paradojas emocionales



Una de las muchas paradojas emocionales es la de que uno puede sentirse solo estando acompañado. Sentirse solo no significa necesariamente estar solo. Es una mezcla de poner el foco en uno mismo y no poder/querer apoyarse en los demás. Se trata de un sentimiento que indica que uno o bien cree que no puede contar con otros, o bien quiere contar solo con uno mismo. Se trata de una sensación que no tiene porqué coincidir con la observación externa del número y grado de relaciones significativas que una persona tiene en un momento dado. Se ve muy influido por emociones como la pérdida, sentimientos como el de la incomprensión o la frustración. Por ello es frecuente que sentirse solo sea una equivocada manera de leer la realidad. Hay ocasiones en el que la soledad es deseada como desarrollo personal, fuente de inspiración o de reflexión.
Sentirse solo duele sobre todo cuando se ha perdido a alguien, cuando pasas de compartir camino a caminar solo. El dolor indica la importancia de lo construido, señala el vacío que deja la persona que se fue, y el vértigo de tener que seguir a solas. Creo que este dolor hay que domarlo, es imprescindible hacerlo amigo, recorrer con el sendero de la aceptación, no luchar contra el, intentar aprender de lo sucedido y seguir hacia delante. Toda emoción nos muestra caminos de salida.
Es verdad que nacemos vinculados tan íntimamente a nuestra madre que, de hecho, empezamos a construir nuestra identidad diferenciándonos de ella. Crecemos entre personas porque nuestra parte social es fundamental y clave en nuestro aprendizaje. Pero esto nos lleva, a veces, a necesitar estar acompañados para cualquier tarea, a una cierta dependencia de la presencia de los demás. Deberíamos esforzarnos en enseñar también la importancia de saber estar solo, como elemento que nos permita decidir cuando, para qué y con quien compartir nuestra vida. Los demás nos aportan grandes cosas, nos enriquecen, pero a veces también pueden ser tóxicos y dañinos. Es un gran tópico pero realmente mejor solo que mal acompañado.
Es evidente que quien siente la soledad como un mal debe hacer también un trabajo de aceptación de la situación, y por supuesto esto lleva consigo el darse permiso para estar solo en cualquier situación. La soledad suele pesar porque lamentablemente no estamos educados para estar bien estando solos, siendo autónomos emocionalmente. Damos por hecho que en la vida siempre nos acompañan personas pero esto no es así ni en todas las etapas de la vida, ni en todos los contextos. 
Tal vez sorprenda pero muchas veces la soledad, y el sentimiento que la acompaña, es deseada y buscada. La introspección es útil para la mejora personal y para la realización de algunos trabajos, como los creativos. Experimentar soledad y familiarizarse con el sentimiento de estar solo es una excelente manera de conocerse a uno mismo. Por ello todos deberíamos ejercitar con cierta frecuencia la soledad exponiéndonos al sentimiento de estar solos.

lunes, 27 de enero de 2014

El valor del silencio


“El silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido. En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del otro; elegimos cómo expresarnos. Callando se permite hablar a la persona que tenemos delante, expresarse a sí misma; y a nosotros no permanecer aferrados sólo a nuestras palabras o ideas, sin una oportuna ponderación. Se abre así un espacio de escucha recíproca y se hace posible una relación humana más plena. En el silencio, por ejemplo, se acogen los momentos más auténticos de la comunicación entre los que se aman: la gestualidad, la expresión del rostro, el cuerpo como signos que manifiestan la persona. En el silencio hablan la alegría, las preocupaciones, el sufrimiento, que precisamente en él encuentran una forma de expresión particularmente intensa. Del silencio, por tanto, brota una comunicación más exigente todavía, que evoca la sensibilidad y la capacidad de escucha que a menudo desvela la medida y la naturaleza de las relaciones. Allí donde los mensajes y la información son abundantes, el silencio se hace esencial para discernir lo que es importante de lo que es inútil y superficial. Una profunda reflexión nos ayuda a descubrir la relación existente entre situaciones que a primera vista parecen desconectadas entre sí, a valorar y analizar los mensajes; esto hace que se puedan compartir opiniones sopesadas y pertinentes, originando un auténtico conocimiento compartido. Por esto, es necesario crear un ambiente propicio, casi una especie de “ecosistema” que sepa equilibrar silencio, palabra, imágenes y sonidos”.

 
Extracto del mensaje de Benedicto XVI para la 46 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 20 de mayo de 2012