CONFESIÓN SACRAMENTAL (1)
"¡Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí!"
Estas palabras que recitamos cuando rezamos el Vía Crucis son una muestra de la consciencia que tenemos de nuestra debilidad y de la misericordia divina, tal y como aparecen en el libro de la Sabiduría: "Tienes piedad de todos, porque todo lo puedes y perdonas los pecados de los hombres porque amas cuanto existe" (Sab. 11,24)
El deseo de ser santos, de estar 'pegados' al Señor se topa, con más frecuenc...ia de la que quisiéramos con la realidad del pecado, como escribe San Juan en su primera carta : "Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañaríamos a nosotros mismos... Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es el Señor para perdonarnos y limpiarnos de toda iniquidad" (I Jn, 8-9)
Por ello, nuestra Santa Madre la Iglesia insiste en la necesidad de la Confesión, de la frecuencia de la Confesión.
El venerado Pío XII, en su encíclica "Mystici Corporis" (1943) habla así de la Confesión: "Para progresar cada día con mayor fervor en el camino de la virtud, queremos recomendar con mucho encarecimiento el piadoso uso de la confesión frecuente, introducido por la Iglesia no sin una inspiración del Espíritu Santo: con este sacramento se aumenta el justo conocimiento propio, crece la humildad cristiana, se hace frente a la tibieza e indolencia espitirual, se purifica la conciencia, se robustece la voluntad, se lleva a cabo la saludable formación de la conciencia y aumenta la gracia en nosotros en vietud del Sacramento mismo".
Y San Pablo VI, en una alocución de 1971, afirmaba: "Es menester tener el alma, es preciso recuperar la gracia mediante la Penitencia, el Sacramento de la rehabilitación, antes de acudir al abrazo de Cristo".
Con la Confesión frecuente crecerá en nosotros la esperanza, el trato frecuente con Dios, esa fuerza purificadora que necesitamos para percibir con toda claridad la riqueza de nuestra filiación divina, el deseo vehemente de evitar las ocasiones de ofender a Quien tanto nos ama.
Qe nunca el dolor ante el pecado degenere en un gesto desesperado o amargo. Que nunca, nuestra flaqueza nos aleje de quien es fuente de vida eterna.
La meditación frecuente del Salmo 50 ("Miserere") fortalecerá la alegría, la paz y la serenidad que necesitamos para comprender que si grandes y numerosos son nuestros pecados, inmensamente mayor es la misericordia divina que los perdona: "Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias" (Salmo 50,19).
"¡Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí!"
Estas palabras que recitamos cuando rezamos el Vía Crucis son una muestra de la consciencia que tenemos de nuestra debilidad y de la misericordia divina, tal y como aparecen en el libro de la Sabiduría: "Tienes piedad de todos, porque todo lo puedes y perdonas los pecados de los hombres porque amas cuanto existe" (Sab. 11,24)
El deseo de ser santos, de estar 'pegados' al Señor se topa, con más frecuenc...ia de la que quisiéramos con la realidad del pecado, como escribe San Juan en su primera carta : "Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañaríamos a nosotros mismos... Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es el Señor para perdonarnos y limpiarnos de toda iniquidad" (I Jn, 8-9)
Por ello, nuestra Santa Madre la Iglesia insiste en la necesidad de la Confesión, de la frecuencia de la Confesión.
El venerado Pío XII, en su encíclica "Mystici Corporis" (1943) habla así de la Confesión: "Para progresar cada día con mayor fervor en el camino de la virtud, queremos recomendar con mucho encarecimiento el piadoso uso de la confesión frecuente, introducido por la Iglesia no sin una inspiración del Espíritu Santo: con este sacramento se aumenta el justo conocimiento propio, crece la humildad cristiana, se hace frente a la tibieza e indolencia espitirual, se purifica la conciencia, se robustece la voluntad, se lleva a cabo la saludable formación de la conciencia y aumenta la gracia en nosotros en vietud del Sacramento mismo".
Y San Pablo VI, en una alocución de 1971, afirmaba: "Es menester tener el alma, es preciso recuperar la gracia mediante la Penitencia, el Sacramento de la rehabilitación, antes de acudir al abrazo de Cristo".
Con la Confesión frecuente crecerá en nosotros la esperanza, el trato frecuente con Dios, esa fuerza purificadora que necesitamos para percibir con toda claridad la riqueza de nuestra filiación divina, el deseo vehemente de evitar las ocasiones de ofender a Quien tanto nos ama.
Qe nunca el dolor ante el pecado degenere en un gesto desesperado o amargo. Que nunca, nuestra flaqueza nos aleje de quien es fuente de vida eterna.
La meditación frecuente del Salmo 50 ("Miserere") fortalecerá la alegría, la paz y la serenidad que necesitamos para comprender que si grandes y numerosos son nuestros pecados, inmensamente mayor es la misericordia divina que los perdona: "Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias" (Salmo 50,19).