“Liberarse del peso de las alas que nos llevan a la libertad”
Si, siendo libres, se elige negar que existen, de por sí, cosas buenas o malas, que existe el bien y el mal, se está afirmando, llevando la argumentación a su extremo lógico, que da lo mismo salvar una vida que acabar con ella.
Si pensando que nos liberamos de unas pesadas cadenas, se ...tira por la borda todo dogma, se puede también llegar a despreciar como inútil el dogma moral de que nunca será lícito acabar con la vida de un inocente.
Si, siendo libres, se elige negar que existen, de por sí, cosas buenas o malas, que existe el bien y el mal, se está afirmando, llevando la argumentación a su extremo lógico, que da lo mismo salvar una vida que acabar con ella.
Si pensando que nos liberamos de unas pesadas cadenas, se ...tira por la borda todo dogma, se puede también llegar a despreciar como inútil el dogma moral de que nunca será lícito acabar con la vida de un inocente.
¿Habremos entonces alcanzado la cúspide de la libertad en una sociedad que así se rija? ¿No sucederá que ya no estará segura nuestra vida? Bastará que alguien descubra que tendrá unas consecuencias estupendas liquidarnos para que el liberador no dogmático, que el liberador que no cree en el cuento trasnochado de que existe el bien y el mal, acabe con nosotros. Y bastará con que esos criterios se generalicen para que la sociedad degenere en una tiranía.
Es decir, el relativismo moral aparece así como la antesala de la dictadura más férrea, con menos escrúpulos. Y si algo nos enseña la Historia es que los regímenes totalitarios del siglo XX, el nazismo y el comunismo, profesaban que el fin justifica los medios, que si es para bien de la raza o para bien de la clase obrera, cualquier medio eficaz es bueno y laudable: es decir trataban de convertir a los ciudadanos en feroces relativistas morales.
En esos partidos totalitarios se busca quitar al ingenuo militante todo escrúpulo, se buscaba por parte de unos suprimir la creencia en Dios bueno y justo y por parte de otros lo mismo con el envoltorio de un panteísmo paganizante, y ello con el fin de que el militante no tuviera inconveniente en cometer los peores crímenes si convenían a la causa.
Entonces, ¿cómo se puede sostener que la democracia, la libertad, exige el relativismo moral de decir que nada es, de por sí, bueno o malo en el colmo de la liberación?
Vemos así el sofisma que comporta el relativismo, que supone segar de raíz las plantas saludables que alimentan la auténtica libertad, la auténtica democracia, que si no garantiza, inamoviblemente, unos derechos a todas las personas, unos valores universales, que no se pueden poner en discusión, se ve abocada a su autodestrucción.
Es evidente que una democracia que no se asiente, entre otros, en el principio indiscutible de que nunca será lícito hacer daño a un ciudadano inocente, degenera en tiranía. Una democracia que no defienda el bien individual y social y que no persiga el mal, no merece ese nombre. ¿Cómo podrá hacerlo si no se cree que existen el bien y el mal, y considera que sólo son etiquetas que varían con la moda y el peso de las mayorías?
“Liberémonos –dicen – de este peso insufrible” (despojémonos de las cadenas de creer que existe una frontera a nuestros caprichos, un bien y mal objetivos)… Destruyen así las alas que permiten volar hacia la libertad, destruyen los cimientos de una democracia real y auténtica.
Es decir, el relativismo moral aparece así como la antesala de la dictadura más férrea, con menos escrúpulos. Y si algo nos enseña la Historia es que los regímenes totalitarios del siglo XX, el nazismo y el comunismo, profesaban que el fin justifica los medios, que si es para bien de la raza o para bien de la clase obrera, cualquier medio eficaz es bueno y laudable: es decir trataban de convertir a los ciudadanos en feroces relativistas morales.
En esos partidos totalitarios se busca quitar al ingenuo militante todo escrúpulo, se buscaba por parte de unos suprimir la creencia en Dios bueno y justo y por parte de otros lo mismo con el envoltorio de un panteísmo paganizante, y ello con el fin de que el militante no tuviera inconveniente en cometer los peores crímenes si convenían a la causa.
Entonces, ¿cómo se puede sostener que la democracia, la libertad, exige el relativismo moral de decir que nada es, de por sí, bueno o malo en el colmo de la liberación?
Vemos así el sofisma que comporta el relativismo, que supone segar de raíz las plantas saludables que alimentan la auténtica libertad, la auténtica democracia, que si no garantiza, inamoviblemente, unos derechos a todas las personas, unos valores universales, que no se pueden poner en discusión, se ve abocada a su autodestrucción.
Es evidente que una democracia que no se asiente, entre otros, en el principio indiscutible de que nunca será lícito hacer daño a un ciudadano inocente, degenera en tiranía. Una democracia que no defienda el bien individual y social y que no persiga el mal, no merece ese nombre. ¿Cómo podrá hacerlo si no se cree que existen el bien y el mal, y considera que sólo son etiquetas que varían con la moda y el peso de las mayorías?
“Liberémonos –dicen – de este peso insufrible” (despojémonos de las cadenas de creer que existe una frontera a nuestros caprichos, un bien y mal objetivos)… Destruyen así las alas que permiten volar hacia la libertad, destruyen los cimientos de una democracia real y auténtica.