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martes, 7 de enero de 2014

Don Quijote: Una libertad ilusionada


  El hombre es dueño de su destino y, por eso, está capacitado para hacerse responsable de sí mismo y cargar con las posibles consecuencias que tengan sus actos libres: “he de llevar mi libertad en peso / sobre los propios hombros de mi gusto”. Estos versos, que Marías repetía a menudo, expresan de modo excelente el significado más profundo de la libertad. Mis decisiones podrían afectar al resto de la humanidad y de la historia. Igualmente, algo que pueda realizar una persona muy lejana a mí me puede afectar. Porque todo está conectado con todo a través de causas impredecibles, es como el efecto mariposa en física. 

Si es desde la razón, hay que aventurarse. Si es en medio de un naufragio, surge la necesidad de bracear como uno pueda para sobrevivir. Pero siempre el ejercicio de la libertad es una exigencia. Aunque sea en las peores circunstancias, siempre existe una libertad: la que uno se toma. 

En su obra “Cervantes, clave española”, Julián Marías comenta que “Cervantes ve la vida como libertad”, como voluntad de aventura. Dijo muchas veces ante las circunstancias más adversas “Tú mismo te has forjado tu ventura”. 

 “La libertad es la condición intrínseca de la vida humana, que es irrenunciable, porque si se renuncia a ella también se hace libremente, ejerciendo esa misma libertad. Pueden las situaciones reales reducir angustiosamente la libertad, pero no anulan la condición libre del hombre, que se mantiene mientras vive”. 

El fundamento de la libertad es “Yo sé quién soy”, frase que aparece en el capítulo V de la primera parte del Quijote. Esta idea se encuentra referida, ante todo, al concepto de “autenticidad”,  al de identidad personal, (yo soy yo mismo, en persona) y al reconocimiento del “proyecto personal” como vocación: nos definimos por nuestros proyectos, esto es lo que vemos en la personalidad de Don Quijote.

Cuando descubro quién soy, despierto a una nueva vida: la mía, y me descubro a mí mismo, en mi mismidad, viviendo y sintiéndome vivir. “Al decir “yo sé quien soy”, Don Quijote viene a decir: “yo sé quiénes soy o quiénes podré ser”. Los dos elementos, las multiplicidades y el futuro son esenciales. Se refiere a las hazañas que no se han realizado todavía pero que dimanan de su vocación, de esa con la que se identifica y que es el núcleo de su mismidad”. 

Hay que despertar a una nueva vida: hemos de reconocer que estamos pasando por las peores circunstancias. El problema está en qué libertades son las que le dejan a uno tomarse para que esto funcione.  Porque ya no sabemos cómo provocar el entusiasmo, ese fundamento de la vida necesario que parecen haber perdido muchos. 

Pero para provocarlo, “la primera condición es sentirlo”. No podemos entender nada sin el entusiasmo, sin él no se entiende la persona y entonces no se entiende la vida. El problema radica en quién lo tiene y cómo es que si lo tiene no consigue contagiarlo cayendo todos sus esfuerzos en saco roto. Por tanto, la cuestión en educación se reduce a aprender cómo contagiarlo.
 El otro lado del problema es si hay personas dispuestas a dejarse contagiar, porque hay mucha gente que prefiere seguir dentro de la caverna contemplando sombras, antes de dejarse contagiar por el impulso de aquél que le anima a salir de ella para llegar a comprender de una vez por todas que “antes es la luz que las tinieblas”. Prefieren no entusiasmarse demasiado, no siendo que esto conlleve serios compromisos o entusiasmarse de modo pasajero con aquello que no comprometa. Además hay quienes están empeñados en anular, como sea, cualquier forma de entusiasmo por lo verdadero.  Aquí es, por tanto, donde vemos que entra en juego el papel de la libertad de cada cual, “contra viento y marea”.

Pero la libertad se encuentra amenazada, primero porque hay gente realmente empeñada en hacer ver que no existe o empeñada en impedir su ejercicio, anulándola o desanimando para que no se ejerza o diciendo que no vale la pena. Hay que estar despiertos ante estas posibles tácticas envilecedoras y a no renunciar al uso de nuestra libertad. Si con Sartre se entiende la libertad como condena, Marías nos invita a verla como una bendición. 

 De otras amenazas nos advierte en su obra "La liberad en juego": por ejemplo, pueden hacernos creer que ante una situación determinada somos libres, puesto que la hemos elegido nosotros, pero en realidad está siendo utilizada como instrumento de control, de dominio y opresión, y encima todo queda dentro del ámbito de la legalidad. 

¿Es posible que una educación sentimental consiga hacernos ver estos engaños? ¿Es posible contagiar entusiasmo para que la libertad llegue a ser lo que tiene que ser, una libertad ilusionada? . 

Hay que dedicarse mucho a concretar y definir correctamente las palabras para que puedan ser usadas en su justa medida. ¿Se puede hablar de liberalización del aborto y liberalización de la droga o hay que hablar en este caso de socialización? ¿No será, nos dice, la aceptación del aborto el resultado de una creencia social más que una idea filosóficamente fundamentada y de la que cada individuo se hace responsable? ¿Se puede ser “libre de abortar” o “libre para la eutanasia”? ¿Cómo es posible que se haya llegado a creer esto el hombre de nuestra época? 

Creo que la educación sentimental es el verdadero camino, en ella están las bases para poder llegar a entender el verdadero sentido de estos conceptos.

lunes, 6 de enero de 2014

¿Has conocido la felicidad?

Los auténticos instantes de gozo, ricos en serenidad y paz interior, no se deben normalmente a acontecimientos externos. La vida es larga, compleja y diversa y en ella caben momentos de fastidio, malhumor, preocupación, dolor, amor, alegría, placer, gozo... una lista interminable de sensaciones, sentimientos y emociones. Olvidémonos de la felicidad como abstracto y concretémosla en su instante. Ahora bien, conseguir saborearla depende, como veíamos anteriormente, de nuestra actitud ante la vida .

  "Cuéntame, cómo te ha ido, si has conocido la felicidad" preguntaba el estribillo de una popular canción de los primeros años 70. Es en esta época cuando comienza a hablarse de la felicidad como meta que da sentido a la vida. No se baraja tanto la querencia y el derecho del ser humano a la felicidad como premio a un denodado empeño o a las buenas obras realizadas, sino como la casi obligatoriedad de ser feliz de vivir en un estado placentero permanente. No vamos a reflexionar aquí sobre cuestiones conceptuales elevadas, de índole filosófica o ética. Partamos, simplemente, de un principio: tenemos derecho a ser felices y el deber, como personas inteligentes, sensibles y sociables que somos, de encaminar nuestra vida por un camino que nos depare más satisfacciones que disgustos.

Pero la felicidad, como estado objetivo de vida, no existe. Es abstracta, subjetiva y personal si bien en nuestra civilización occidental podemos enumerar unos elementos básicos que se requieren para ser feliz: buena salud, un trabajo satisfactorio, una rica vida amorosa, afectiva y familiar, amigos que nos "llenen", tiempo y posibilidad para desarrollar nuestras aficiones, bienestar psicológico y emocional... E independientemente de que nos guste que también a los demás las cosas les vayan bien, especialmente a nuestros seres queridos, percibir que nos aprecian como personas, en suma, que nos aman, nos respetan y nos comprenden, ayuda mucho a que nos sintamos felices. Lo que varía, sin duda, es la importancia que cada uno de nosotros concedemos a los acontecimientos que vivimos.

Hay personas que malgastan sus vidas en una constante y estéril búsqueda de la felicidad como estado cuasipermanente, con la quimérica ilusión de que algún día la encontrarán. Pero la felicidad es, normalmente, una situación pasajera que se nos escabulle a la mínima y sin avisar. Dominados por ese objetivo de la felicidad absoluta y permanente, algunas personas, pese a que tienen motivos reales para sentirse razonablemente bien, entienden que debe mejorar su situación porque viven en la convicción de que hay un estadio superior, más intenso y satisfactorio, que otros individuos han alcanzado. Pero, una vez más, la comparación con los demás, lejos de depararnos algo bueno, tiende a sumirnos en la insatisfacción. En última instancia, la disyuntiva es ser conformistas o ambiciosos, y como casi siempre, lo razonable está en el término medio. No debemos dejar de luchar para mejorar nuestro bienestar, ya sea material o emocional, pero hemos de saber apreciar lo ya conseguido.
Un vez conocida esa vivencia de plenitud ansiamos reproducirla el resto de nuestra vida. Otra explicación, más espiritual que científica, es la de que llevamos grabada en nuestro código genético una cierta idea del paraíso. Cualquiera que sea la argumentación a que nos acojamos, buscamos algo que en un determinado momento hemos experimentado pero no conocemos del todo.
En resumen, lo conveniente es dejar de buscar ese imposible idealizado, porque no lo vamos a encontrar. La felicidad no el resultado de una búsqueda ni, menos aún, del azar.

Ser feliz no es una entelequia, una creación intelectual o cultural con difícil referente objetivo. Es una aspiración inherente al ser humano, que cada persona debe trabajar y cultivar individualmente. Es un derecho y, en cierto modo, un deber de cada uno de nosotros. Porque ser infeliz equivale a vivir contranatura. Pero ser feliz no es disfrutar de una alegría constante, sino percibirnos involucrados en cada detalle de nuestras vidas, conectados con la emoción que nos suscita cada momento, atendiendo a lo que nos está ocurriendo y dando respuesta a la situación, sintonizando con lo que nos rodea. En otras palabras, vivir y disfrutar el aquí y ahora.

Así, deberíamos saltar a otro estadio, pasar a hablar de momentos felices, de instantes de placer, bienestar, alegría, satisfacción con uno mismo, por algún logro conseguido tras el esfuerzo previo realizado. Y es que los mejores momentos de nuestra vida no son forzosamente los receptivos o relajados . Suelen llegar cuando mente y cuerpo al unísono llegan a su límite de esfuerzo para conseguir algo que valoramos mucho. Un momento feliz, una experiencia óptima, es algo que hacemos que nos suceda. Los auténticos instantes de gozo, ricos en serenidad y paz interior, no se deben normalmente a acontecimientos externos. Ahora bien, conseguir saborearlos depende de nuestra actitud ante la vida.