“El silencio es parte integrante de la comunicación y sin él
no existen palabras con densidad de contenido. En el silencio escuchamos y nos
conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento,
comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del
otro; elegimos cómo expresarnos. Callando se permite hablar a la persona que
tenemos delante, expresarse a sí misma; y a nosotros no permanecer aferrados
sólo a nuestras palabras o ideas, sin una oportuna ponderación. Se abre así un
espacio de escucha recíproca y se hace posible una relación humana más plena.
En el silencio, por ejemplo, se acogen los momentos más auténticos de la
comunicación entre los que se aman: la gestualidad, la expresión del rostro, el
cuerpo como signos que manifiestan la persona. En el silencio hablan la
alegría, las preocupaciones, el sufrimiento, que precisamente en él encuentran
una forma de expresión particularmente intensa. Del silencio, por tanto, brota
una comunicación más exigente todavía, que evoca la sensibilidad y la capacidad
de escucha que a menudo desvela la medida y la naturaleza de las relaciones.
Allí donde los mensajes y la información son abundantes, el silencio se hace
esencial para discernir lo que es importante de lo que es inútil y superficial.
Una profunda reflexión nos ayuda a descubrir la relación existente entre
situaciones que a primera vista parecen desconectadas entre sí, a valorar y
analizar los mensajes; esto hace que se puedan compartir opiniones sopesadas y
pertinentes, originando un auténtico conocimiento compartido. Por esto, es
necesario crear un ambiente propicio, casi una especie de “ecosistema” que sepa
equilibrar silencio, palabra, imágenes y sonidos”.
Extracto del mensaje de Benedicto XVI para la 46 Jornada Mundial de
las Comunicaciones Sociales, 20 de mayo de 2012
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