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lunes, 10 de febrero de 2014

La poesía es un desafío a la razón

El poeta, el verdadero poeta, hace cambiar de vida a las cosas de la naturaleza, plasma en su red de palabras todo aquello que se mueve en el caos de lo innombrado, tiende hilos eléctricos entre las palabras y alumbra de repente rincones desconocidos. Y todo ese mundo estalla en fantasmas inesperados.
El valor de la poesía es un desafío a la razón, el único desafío que la razón puede aceptar, pues una crea su realidad en el mundo que "es" y la otra en el que "está siendo"...
La poesía es el lenguaje de la creación (poieo). En todo cuanto existe hay una palabra interna, una palabra latente debajo de las que las designan. Y esa es la palabra que debe descubrir el poeta.
Un poeta debe decir cosas que sin él jamás serían dichas. No hay poema si no hay lo inhabitual.
Sólo puede llegar a poseer la verdad poética quien se sumerja en la vida de la forma; y de la forma poética sólo se adueñará quien se hunda en la verdad en ella vivificada. Lo que nos proporciona mayor claridad y conciencia de las raíces del ser no es un esfuerzo mental, sino el don de la poetización simbólica y no por medio de una generalidad de orden conceptual, sino por una unicidad de orden imaginativo.
Nos sentimos gozosos, más allá de todo mero placer, siempre que nos vemos conmovidos  en la profundidad anímico-espiritual de nuestro ser, y no sólo cuando nos sentimos rozados periféricamente en nuestra sensibilidad. Porque la forma verbal poética no es sólo corporalidad sensible, sino que esta llena de alma y de temple. Y esa hondura de la poesía es no sólo goce estético sino hallazgo de lo más íntimo y personal
La polisemia del vocabulario poético y de las composiciones poéticas en sí hace emerger universos de sentido a partir de un grupo de palabras, universos que nos permiten conocer algunas formas de la realidad por vez primera, que ponen un orden de poderosa aunque sutil geometría en el caos, y que enriquecen nuestra conciencia.     
El lenguaje es mayor que el poeta, y éste ha de realizar una labor de arqueólogo, no ya para desvelar el significado de sus propias experiencias –de las que quizá parta su trabajo-, sino para perpetuar y descubrir el conocimiento inherente a la herramienta, lo que late en la intensidad de la palabra. De lo contrario, la creación poética suele quedar vacía, porque si no se atiende a lo que el lenguaje poético nos revela, la individualidad se apodera de la forma, y perdemos el vínculo con el decir originario.
El lenguaje parece un organismo vivo, consciente, único y lleno de sentidos diversos, inteligente e intencional. El poeta entra entonces en el espacio de lo sagrado y se interrelaciona con ello bajando la cabeza.
Todo eso se convierte en una pregunta sobre la naturaleza del lenguaje. ¿Por qué nos supera? ¿Por qué es más largo, ancho, profundo, grande que nosotros? La inmersión en la palabra poética como respuesta a un impulso personal de creación nos arrastra hacia la conciencia de esas palabras, que parecen decir más  de lo que teníamos en mente al comienzo del ejercicio poético.       

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