A pesar de todas las definiciones que se le han dado a lo largo de la historia, el sentido común es un concepto muy difícil de describir, aunque sea un atributo muy utilizado y muchos se refieran a él sin darse cuenta de la verdadera realidad que éste implica.
Se podría decir que el sentido común es lo que la gente piensa a nivel general sobre un tema en particular. Es como una especie de “acuerdo natural” que las personas hacen sobre algo. Es una forma de juzgar razonablemente las cosas, sin necesidad de que una determinada información esté comprobada científicamente; lo único que importa es que la mayoría de las personas lo consideran cierto.
Un factor importante relacionado con el sentido común es la experiencia que cada persona ha tenido en el transcurso de su vida. Muchas de esas experiencias nos aportan conocimientos valiosos y positivos, por lo que, según el conocimiento que se adquiriere en base a esas experiencias, se establecen creencias que a nivel popular se consideran de buen juicio.
Toda persona, a lo largo de su vida, se encuentra frecuentemente con situaciones que le suponen un dilema, momentos en los que ha de tomar una decisión. Cuando llegamos a este punto, solemos confiar en nuestra experiencia, sabiduría y, por supuesto, nuestro sentido común… Pero ¿sabemos utilizar este “sentido” correctamente? Pues la verdad es que muchas más veces de lo que creemos la respuesta es NO.
Tomar una decisión a la hora de elegir un objeto material puede ser una tarea más o menos sencilla, pero hacerlo con personas y situaciones, no siempre es tan simple y nos vemos supeditados a la presencia de nuestros sentimientos y emociones, a nuestro estado personal en ese momento.
Es más, en situaciones comprometidas, como cuando alguien nos pide un favor o simplemente una opinión, cuántas veces nos hemos sentido abocados a hacer o decir aquello que, en realidad, no queremos hacer o no pensamos.
Cada cual, dependiendo del momento, la situación y las circunstancias, adopta una postura, que es la que cree más adecuada y conveniente de acuerdo con sus propios deseos y convicciones. Y aunque lo ideal es tomar una decisión sin presiones externas sociales, preservando un cierto grado de autodominio, a la hora de la verdad muchas veces es el “qué dirán”, el “qué pensarán”, o los propios prejuicios los que nos impiden actuar serenamente y con sentido común.
El sentido común nos debería proteger de cometer errores, de caer en problemas o conflictos, y como consecuencia, de que la propia humanidad sucumba a su total falta de sensatez, entonces preguntémonos: ¿Talar sin medida los bosques y las selvas para utilizar la madera de sus árboles o producir enormes pastos, es de sentido común? ¿Matar elefantes indiscriminadamente para conseguir el marfil de sus colmillos y hacer adornos, es razonable? ¿No compartir las riquezas, el agua o la comida con nuestros semejantes y vivir para acumular, es normal? ¿Agredir a otra persona por ser de una ideología o equipo de fútbol distintos al nuestro, tiene sentido? Aquí la respuesta es incluso más obvia, entonces, ¿qué nos está pasando?.
Seguramente nos parecerá que cualquier animal tiene más sentido común, y es cierto, pues no tiene tantas cosas en qué pensar, ni tanto que sopesar para tomar una decisión. He aquí nuestro eterno dilema: los humanos disponemos de tantas posibilidades de acción que muchas veces nuestra mente no es capaz de valorarlas todas con el tino suficiente como para llegar a una conclusión realmente beneficiosa para nosotros, tanto a corto, como a medio o largo plazo.
Uno de los principales obstáculos que encontramos en este sentido, es la gran importancia que le hemos ofrecido las personas a nuestras “necesidades”. Nos decimos constantemente: “necesito tener bastante ropa, para vestir bien en todas ocasiones”, “necesito tener un teléfono móvil”, “necesito un televisor”, “necesito amueblar la casa y decorarla con objetos bonitos”, “necesito tener un coche”, “necesito un ordenador”…, en fin, la lista es realmente interminable, y eso que sólo describo algunas de las “necesidades” más habituales. Pero no nos olvidemos de las necesidades no materiales, que han sido elevadas por nosotros mismos al nivel de necesidades irrenunciables: “necesito tener pareja”, “necesito tener muchos amigos”, “necesito tener un hijo”, “necesito ir de vacaciones a tal o cual sitio”, “necesito tener un cuerpo perfecto”…
¿Es realmente todo esto necesario? Si intentamos razonar con algo más de claridad, nos daremos cuenta de que algo se considera necesario cuando sin ello nuestra vida podría verse seriamente afectada o dañada. ¿Es así en estos casos? Alguna de las cosas que verdaderamente necesitamos son, por ejemplo, comida, agua, ropa, una casa donde vivir o un sitio para descansar y dormir. Todo lo demás es deseable, pero jamás necesario y para nada imprescindible. La prueba está en que muchas personas que no se consideran socialmente atractivas son felices; también hay muchas que no tienen buena salud pero eso no les impide disfrutar de la vida, numerosas personas sin objetos de lujo también son felices...
Por desgracia, nos rodeamos de necesidades nuevas a diario sólo por el hecho de verlas en los demás y de no querer ser “menos” que ellos, cuando sabemos que muchas personas viven prácticamente sin nada y eso no les hace ser menos felices. Al contrario: liberarse de las ataduras "impuestas" nos convierte en personas acomplejadas, infelices, en permanente conflicto consigo mismas y con los demás.
Aceptemos nuestra realidad personal con sentido común. Vivamos de cuerdo con él y, probablemente, aunque de modo imperceptible, lograremos cambiar lo que nos rodea.
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