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Nada humano me es ajeno

jueves, 19 de diciembre de 2013

No son tiempos fáciles para nadie.

 
No son tiempos fáciles los que se viven en muchas partes del mundo. Lo sabemos. El mundo de la globalidad nos acerca las noticias. Mientras persisten múltiples formas de violencia y ejecuciones, las desigualdades sociales también aumentan. Ante estas situaciones no podemos permanecer indiferentes, tenemos que tomar partido por la vida, por la dignidad del ser humano, respondiendo con valentía al aluvión de desafíos que ponen en peligro la convivencia entre las personas y los pueblos.

A mi juicio, el punto de partida son las garantías democráticas básicas para construir juntos. No podemos reconducirnos solitariamente. El día que el diálogo prevalezca sobre la guerra para resolver los discrepancias, y la fuerza del débil supere la de los poderosos, todo será más tolerable, y la humanidad se sentirá mejor. Al fin y al cabo, somos una especie con conciencia política, que necesitamos el encuentro y el intercambio, el razonamiento y la reconciliación, la escucha y el entendimiento, para crecer como personas. De ahí que nuestra acción ha de respetar los derechos humanos, y despojarse de cualquier deseo de negocio o promoción personal, puesto que es el bien colectivo el que ha de imperar sobre todo lo demás.

Mejoraría la situación en el mundo, sí la política, que está en el aire mismo que respiramos, se avivase como un servicio social fusionado y no como un negocio, que es lo que sucede en muchos países. La sociedad misma, toda ella, también debe participar en la lucha por ese bien general. Nadie puede lavarse las manos. Como ciudadanos estamos obligados a colaborar, cada uno desde su misión, a que las cosas mejoren para todos. Ahí está la realidad de este siglo, la migración, que a pesar de que impulsan con su trabajo la economía de los países de destino y de origen, sin embargo, muchos de ellos nos consta que viven en condiciones precarias, sin derecho alguno. O la falta de futuro para esa juventud bien formada, que en este momento padece altas cifras de desempleo y está en puestos de bajos salarios. Todas estas deficiencias políticas deben corregirse, de lo contrario seguirá creciendo la pobreza, la inestabilidad social y la emigración. En política uno no puede desentenderse de las minorías, uno tiene que estar en contacto con la sociedad más débil, con los excluidos del sistema, y tenderles la mano para que no se acaben hundiendo y puedan emerger.

Desde luego, no se puede gobernar con la arrogancia del orgulloso; es más, se debe estar de servicio a todas horas y con la humidad de un don nadie. Muchos de los problemas actuales son cuestiones políticas. Unas veces, porque nadie quiere doblegarse a otras propuestas; y, en otras ocasiones, por la falta de compromiso primario a entendernos. Los gobernantes olvidan su tarea de servir a la ciudadanía y también los gobernados, otras veces, olvidamos  los esfuerzos que requiere estar en guardia en todo momento para salvaguardar la quietud que nos merecemos.

Por tanto, siempre es una buena noticia para el mundo propiciar apoyos a procesos de paz, como la conferencia que tendrá lugar el Montreaux el próximo veintidós de enero, en este caso para Siria, estimulando de este modo, el uso de los Derechos Humanos para las buenas relaciones entre todos. Por consiguiente, debemos superar ciertas concepciones erróneas, como el mito de la fuerza, del poder, o cualquier otro interés, que envenene la vida asociada de los pueblos.

Sin duda, debe prevalecer la pacífica convivencia, conforme a los principios humanos que nos hemos trazado como especie. Estoy convencido de que los tiempos serán más llevaderos en la medida que nos abramos todos hacia una causa universal, el respeto de los derechos de los demás, y los tomemos como si fueran nuestros derechos. Evidentemente, cada uno de nosotros, desde su tolerancia y contribución social, tiene la responsabilidad de injertar un mundo de vida más armónico. En consecuencia, sírvase su propia medicina, la de su vida personal, que no es aceptable si el cuerpo y el espíritu no conviven en buena sintonía.

martes, 17 de diciembre de 2013

Admiración, asombro...


Los filósofos clásicos consideraron que la admiración despierta la filosofía. La admiración tiene que ver con la ingenuidad: el filósofo se admira sin condiciones, sin resabios. Con todo, la filosofía no es tan antigua como la humanidad, sino que surge de modo abrupto: en un momento determinado se desató la admiración en algunos hombres. La admiración no es la posesión de la verdad, sino su inicio. El que no admira, no se pone en marcha, no sale al encuentro de la verdad.
Sin embargo, la admiración es más que un sentimiento. Intentaré describirla. Ante todo, es súbita: de pronto me encuentro desconcertado ante la realidad que se me aparece, inabarcada, en toda su amplitud. Hay entonces como una incitación. La admiración tiene que ver con el asombro, con la apreciación de la novedad: el origen de la filosofía es algo así como un estreno. A ese estreno se añade el ponerse a investigar aquello que la admiración presenta como todavía no sabido.
En nuestra época parecemos acostumbrados a todo: no nos damos cuenta de cuán espléndido es lo nuevo. Asistimos a muchos cambios; sin embargo, sólo son cambios de moda, de modos: este sentido de lo nuevo tiene que ver con lo caleidoscópico; no son novedades reales, sino recombinaciones. Hoy se arbitran múltiples procedimientos para llamar la atención de la gente, para que el público pique. La propaganda de una conocida bebida, por ejemplo, pretende llamar la atención con un reclamo: “la chispa de la vida”. Estamos solicitados por muchos estímulos, por muchas llamadas vertidas en los trucos publicitarios. También los políticos tienen un asesor de imagen, porque no es fácil que un político salga bien en la TV.
La admiración no tiene nada que ver con esto. No es el llamar la atención utilizando procedimientos propagandísticos. No es una cuestión de imagen. La admiración no es la fascinación. Fascinada, la persona es manejada por intereses ajenos y particulares, pero la filosofía es una actividad del hombre libre: los filósofos han descubierto la libertad, porque para ser amante de la verdad uno tiene que ponerse en marcha desde dentro, ser activo. Ante la publicidad uno es pasivo: con ella se intenta motivar e inducir. La admiración es el despertar del sueño, de la divagatoria, pues desde ella se activa el pensar: ponerse en marcha el pensar es filosofar. La filosofía es un modo de recordar al hombre su dignidad, es uno de los grandes cauces por los que el hombre da cuenta de que existe.
La admiración es el inicio de todo. Quizá no resulte fácil admirarse en nuestros días porque estamos bombardeados con todo tipo de solicitaciones “civilizadas” que reclaman nuestra atención; esos bombardeos pueden aturdir o dejarle a uno insensible. Porque una cosa es civilizar y otra dejarse civilizar: esto último vuelve a provocar la extrañeza o conduce a abdicar ante un dominio excesivo. En la época del triunfo de la publicidad hablar de la admiración exige ciertas precisiones. Casi siempre, lo que se nos pide hoy no es admiración, sino una especie de suspensión estática del ánimo. La admiración es menos pretenciosa. Cuando se admira no aparece lo brillante, sino un resplandor todavía impreciso.
Ya digo que cuando se reclama nuestra atención en términos propagandísticos, se lleva a cabo una exhibición. Pero eso no es lo  propio de la admiración. En ella la excelencia no se exhibe, sino que más bien se oculta. Admirarse es como presentir o adivinar: un anticipo, no débil, sino pregnante, pero sin palabras. Y, además, tampoco saca de si (el entusiasmo platónico es posterior a la admiración). No es una incitación al éxtasis. El extático es el que se queda como alelado, y sólo sabe salir de sí (ex-stare); es una especie de emigrante a otra cosa. En cierto modo, se trata de un desarrollo de la admiración, pero no completo, sino unilateral; la admiración no es sólo una invitación a ir por algo, sino a erguirse.
Ese carácter indeterminado que tiene la admiración se refiere tanto al objeto como a uno mismo, a los propios resortes que tendrían que responder a lo admirable, pero sin acertar a saber todavía cómo. Hay una imprecisión en la admiración que hace difícil su descripción psicológica (quizá la admiración no sea un tema psicológico, porque es doblemente indeterminada).
Así pues, admirarse es dejar en suspenso el transcurso de la vida ordinaria: ésta es su consideración estática.  El ser en el comienzo no se dice de nada, ni nada se dice de él. Tampoco la admiración: lo admirable no es un predicado ni admite predicados. Y eso quiere decir que es una situación sin precedentes: no pertenece a un proceso. Cuando uno se admira es como si “cayera” en la admiración.  La admiración se experimenta por primera vez: antes de admirarse uno no sabia que se podía admirar.
Cuando uno se admira su atención se concentra en “eso” de lo cual se admira y que aún no se conoce. Sabe, entonces, que todo lo demás no vale. Es la distinción entre lo admirable y lo prosaico. Esa separación obedece al mismo carácter insospechable de la admiración. La admiración es como un milagro: de pronto se encuentra uno admirando. La admiración es el descubrimiento de lo insospechado, de lo antitópico... Lo dicho: el "ad-mirandum" es puro milagro.

lunes, 16 de diciembre de 2013

La oscura estrategia de los promotores del aborto

Estrategia: inflar las cifras de muertes por abortos clandestinos

«Miente, miente, que al final algo queda». La oscura estrategia de los promotores del aborto

Para el mundo cristiano católico, la doctrina que refiere al «Padre de la mentira» es medular y en ciertos temas parece aplicable al pie de la letra. Así, los postulados de Maquiavelo, que subyugan la verdad al cumplimiento del objetivo, han sido una metodología muchas veces usada para presentar como verdad lo que es mentira, con tal de obtener determinado logro. Es lo que ha sucedido en países que aprobaron leyes de aborto y también está ocurriendo hoy en países que intentan aprobarlas.
 
 Norma McCorvey denunció que, movida por las indicaciones de sus dos abogadas pro aborto, testificó falsamente en 1969 ante un tribunal de Dallas, Texas. Aquél juicio conocido en el ámbito jurídico como el caso Roe vs. Wade permitió y fue vital posteriormente -tal como pretendían las dos abogadas de Norma- para la aprobación del derecho al aborto inducido en Estados Unidos, en 1973. Millones han sido asesinados debido a esta mentira.
En una serie de declaraciones recogidas por el periódico Tulsa World, Norma ha explicado en diversas ocasiones que siendo una chica problemática, a los 21 años se embarazó sin desearlo, por tercera vez. No sabía lo que era un aborto y en ese contexto conoció a las abogadas que instrumentalizaron su caso para poner a prueba la ley de Texas. Para ello, se hizo apodar Jane Roe y falsificó un testimonio.
«La declaración jurada presentada ante la Suprema Corte no sucedió del modo en que dije, así de claro. ¡Mentí!» «Sarah Weddington y Linda Coffey (sus abogadas) necesitaban un caso extremo para que yo pareciera una víctima, y la violación parecía ser el boleto. ¿Qué hace que la violación sea peor? Una violación en grupo. Todo comenzó con una pequeña mentira, pero mi mentira creció y se hizo más horrible, con cada relato».
Norma reconoce que no sólo mintió, sino que le mintieron y que además no concurrió a la Corte Suprema de Justicia «en nombre de una clase de mujeres. Yo no persiguía ningún recurso legal para mi embarazo no deseado. Yo no fui a la justicia federal para encontrar alivio. Me reuní con Sarah Weddington para averiguar cómo podía obtener un aborto. Ella y Linda Coffey dijeron que no sabían dónde podía conseguir uno. Sarah ya había tenido un aborto, pero ella me mintió igual que yo le mentí a ella. Ella sabía dónde podía conseguir uno, por supuesto, pero yo no era de ninguna utilidad para ella a menos que estuviera embarazada. Sarah y Linda estaban buscando a alguien, cualquiera, para promover su propia agenda. Yo era su incauta más dispuesta».
Finalmente, Norma dio en adopción a su bebé y al cabo de unos años se convirtió en una destacada activista católica a favor de la vida en Estados Unidos.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Estímulo y simpatía

Momo es la pequeña protagonista de aquel famoso libro de Michael Ende que lleva su nombre. Una niña surgida un buen día en la vida de unas personas sencillas.

Nadie sabe quién es, ni de dónde viene, ni nada. Vive en unas ruinas de un antiguo teatro griego o romano. Pero todo el mundo quiere a la chiquilla. Las gentes se han dado cuenta de que han tenido mucha suerte por haber conocido a Momo. Se les hace la niña algo imprescindible. ¿Cómo han podido antes vivir sin ella? A su lado cualquiera está a gusto.
A la hora de hacer balance de su atractivo, no es fácil decir qué cualidad especial le adorna: no es que sea lista; tampoco pronuncia frases sabias; no es que sepa cantar, o bailar, ni hacer ninguna maravilla extraordinaria… ¿Qué es entonces lo que tiene?
La pequeña Momo sabe escuchar; algo que no es tan frecuente como parece. Momo sabe escuchar con atención y simpatía. Ante ella, la gente tonta tiene ideas inteligentes. Ante ella, el indeciso sabe de inmediato lo que quiere. El tímido se siente de súbito libre y valeroso. El desgraciado y agobiado se vuelve confiado y alegre. El más infeliz descubre que es importante para alguien en este mundo. Y es que Momo sabe escuchar.
Todos tenemos en la cabeza la imagen de chicos o de chicas, quizá de apariencia modesta y de cualidades corrientes, pero perseverantes en la amistad, leales, que contagian a su alrededor alegría y serenidad; y su vida aparece ante los demás como una luz, como una claridad, como un estímulo.
A veces parece que se trata de una cualidad que, simplemente, viene de nacimiento. Pero no es eso sólo: depende sobre todo de la educación que se ha recibido, y del esfuerzo personal que pone cada uno. En todos los hombres hallamos gérmenes de buenas y malas tendencias, y cada cual es responsable de la medida en que permite a unas u otras adueñarse de su persona. Todos sabemos que el alma sólo brilla después de muchos años de esfuerzo por sacarle lustre.
Saber escuchar. Tener paciencia. Sabiendo que, las más de las veces, aguantar algo que a uno no le gusta no es ser hipócrita, sino que constituye una parte de ese hábito de preocuparse por los demás, y de procurar ser agradable, que todo hombre debiera esforzarse por adquirir. Además, cuando uno se esfuerza por serlo, pronto pasa a ser algo que sale casi siempre de modo natural.
Pero escuchar no es sólo cuestión de paciencia. Requiere sobre todo deseo de aprender, deseo de enriquecerse con las aportaciones de los demás. Quien mientras escucha piensa sobre todo en preparar su respuesta, apenas escucha realmente. Sin embargo, quien escucha con atención, con verdadero deseo de comprender, sin dejarse arrastrar por un inmoderado afán de hablar él o de rebatir lo que oye, quien sabe escuchar de verdad, se hace cada vez más valioso y hace que la persona que le habla se sienta también más valorada y querida.
Es triste que tantos hombres y mujeres hagan grandes sacrificios para poder lucir un coche o una ropa un poco mejor, o adelgazar un poco, o presumir de cualquier cosa, y que, sin embargo, apenas se esfuercen por escuchar más, o ser un poco más simpáticos y agradables, que es gratis y de mucho mejor efecto ante los demás.
(Alfonso Aguiló)

sábado, 14 de diciembre de 2013

Acercamiento a la poesía de San Juan de la Cruz


 

La poesía es palabra para sentir y no conviene constreñirla: Los dichos de amor es mejor declararlos en su anchura, para que cada uno de ellos se aproveche según su modo y caudal de espíritu, que  significan encarecimiento afectuoso. Los cuales, cada vez que se dicen, dan a entender del interior más de lo que se dice por la lengua.
Tiene la poesía una prerrogativa fundamental: la de reclamar la colaboración del receptor para suplir las deficiencias comunicativas.
Consciente de la inefabilidad de la experiencia a comunicar, San Juan de la Cruz evita por todos los medios conducir la comprensión por un único camino. En sus poemas mayores no busca hablar al entendimiento sobre los principios teológicos de la mística, sino mostrar al sentimiento sus consecuencias vivenciales últimas.
La inefabilidad de la aventura es continuamente señalada: por la falta de concreción, por las asociaciones paradójicas, por la explicitación de la misma -uno no sé qué", "donde no supe", "aquello que", etc.-, San Juan de la Cruz se acerca a la expresión de lo inefable con una preocupación intensa por subrayar que es inefable. Así pues, lo que, en principio, debería ahogar el mensaje en su raíz, se convierte en parte sustancial del mismo, exigida por la necesidad de sugerir la intensidad de la experiencia. Recordemos una parte de la declaración de la primera canción de la "Llama de amor viva": para encarecer el alma el sentimiento y aprecio con que habla en estas cuatro canciones, pone en todas ellas estos términos ¡oh! y cuán. Su interés por adentrarse en tan recónditos ámbitos le trae hasta nuestros días, en que herederos de los románticos, y sobre todo de los simbolistas, hemos querido utilizar y entender la poesía como instrumento de indagación y expresión de lo subconsciente o ultraconsciente.
 San Juan de la Cruz es, por teoría y práctica poéticas, un autor cercano a nuestro tiempo. Proclaman su contemporaneidad el ejercicio de una poseía "abierta hasta las más remotas resonancias"  en los grandes poemas; pero también -acompañando y sustentando esto- sus reflexiones metalingüísticas y metaliterarias. Sino y signo de nuestro siglo –motor fundamental del incesante sucederse de vanguardias y experimentalismos- es la indagación sobre los vehículos de comunicación.
Pero, por otra parte, la poesía de San Juan de la Cruz es reacción, es combustión, que se produce en un momento dado de la trayectoria de la cultura y de la literatura española. Interesa saber qué palabras -conceptos, modelos, recursos, ritmos- están a su disposición cuando nuestro poeta lleva a cabo esa búsqueda  a la que se refiere su precisión de más arriba. Es mucho lo que encuentra y asume su "lirismo integrador" -en expresión de Jorge Guillén . Sin ataduras, sin prejuicios de procedencia cultural, recurrirá aquí y allá a la búsqueda de los efectos de amor. Estos son los que dan coherencia a sus recursos, los que integran las distintas tradiciones que aprovecha.
 Lo primero que se impone ante el lector de la poesía de San Juan de la Cruz, es la intensidad del sentimiento. El asombro de sus versos comienza por la expresión de un concepto de la fuerza positiva y universal del Amor, llevado a sus más altas cotas. San Juan de la Cruz formula una infinitud, una elevación del sentimiento, que evidentemente se explica desde su referencia mística, pero que no por eso anula sus posibilidades de aplicación a un amor humano ideal -como el hombre anhela, aunque no consigue-, superador del tiempo y del espacio.

martes, 10 de diciembre de 2013

Con el alma a flor de piel



 El alma es un soplo divino. Dios infunde un alma al ser humano a su imagen y semejanza. El alma como partícula que brota del Padre Creador, es esencia de El mismo y por eso es imagen y semejanza suya, y el Hijo de Dios al hacerse hombre en la figura de Jesucristo se hace semejante al ser humano en su envoltura corporal sin dejar de ser Dios. Ese soplo divino, o sea el alma, se une al comienzo de un nuevo ser humano en el instante mismo en que el óvulo es fecundado, en ese preciso instante , ni antes ni después.
Todos los hombres tienemos un alma que nos alienta y da vida, es un alma inmortal. El alma de los niños es un alma nueva, recién salida del corazón de Dios. Pura, limpia, vigorosa, armónica, bella y grande, casi más grande que el cuerpecito que la posee.
Por eso podemos decir que vemos su alma, pues nos basta mirar sus ojos. A los ojos del niño se asoma el alma, se desborda por su persona inundándolo de inocencia y candor. Al abrazarlos podemos sentir que abrazamos su alma, que abrazamos a Dios.
El ser humano va creciendo y se ocupa y preocupa por fortalecerse intelectual y físicamente. Ejercicio para los músculos, alimentación , estudio, trabajo. Todo en un orden perfecto que nos dará un ejemplar, en algunos casos admirable, del ser humano pero... el alma se quedó raquítica. No hubo para ella ejercicio espiritual, ni vitaminas ni tónicos de fortalecedores Sacramentos, no tuvo la luz ni el diario calor del sol de la oración, diálogo vivificante con Dios su Creador. Nada hubo para ella y se empequeñeció, al grado de quedar anémica y debilitada en el fondo, muy en el fondo, de la persona que la olvidó.
Y así hay personas en todos los niveles, pobres y ricos, figuras prominentes de la sociedad o en el ambiente artístico que al mirarlas no encontramos el destello divino y vemos por el contrario que están con el cuerpo atrapado por las pasiones y la parte animal se hace presente en todos sus actos.
Sin embargo hay otras personas, también en todos los niveles sociales y distintas profesiones, que tienen el alma grande. Un alma que está encerrada en frágil envoltorio humano pero que creció al unísono, en concordia con la estructura física o a veces hasta más, lo vemos en los místicos, San Francisco de Asís, San Juan de la Cruz, las tres Teresas , la del Niño Jesús, la de Ávila y la Madre Teresa de Calcuta, el Beato Juan Pablo II, citando sólo estos nombres pues la lista sería interminable, o incluso personas que hoy está muy cerca de nosotros en nuestra familia o amistades.
Y tanta es su grandeza que parece que se escapa por sus poros y la vemos al mirar sus ojos, en su sonrisa, en su forma de vestir, en la manera en que nos da la mano, en su forma de hacer una caricia...lleva un aura en su contorno que casi se hace tangible y al estar en su presencia es como si nuestro cuerpo, con frío, se acercara al rayo del sol, por el calor que nos transmiten esas almas a flor de piel.
Cuando nos encontramos con estas personas en nuestro diario vivir, decimos que tienen un "no se qué" y es porque están llenas de gracia, llenas de la presencia de Dios.
Esforcémonos en hacer que nuestra alma crezca al unísono de nuestro cuerpo, dándole la vida espiritual que necesita para fortalecerse, pues ella es la que no hace inmortales y fue el regalo de Dios al comenzar a ser.
Que cada día se haga más fuerte, más grande y así podamos ir por la vida llevando siempre nuestra alma a flor de piel.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Ser cristiano

 Ser cristiano es diferente de lo que muchos han creído hasta ahora. 
 
2. SER CRISTIANO NO ES SIMPLEMENTE. . .
Antes de responder de forma positiva a la pregunta sobre el ser cristiano, es necesario deshacer los equívocos de falsas o insuficientes definiciones del cristianismo.
 
1. Ser cristiano no es simplemente hacer el bien y evitar el mal.
Hay muchas personas honestas, que trabajan por construir un mundo mejor e intentan luchar contra la corrupción y la injusticia. Les mueven motivos nobles y una ética humanística. Sin embargo, a pesar de sus aportes positivos y sus valores humanos, no por esto pueden ser llamados propiamente cristianos.
 
2. Ser cristiano no es simplemente creer en Dios. judíos y mahometanos, budistas e hindúes, y miembros de otras grandes religiones de la humanidad, creen en Dios, origen y fin último de todo, pero no creen en Jesucristo. Por más que sus vidas y esfuerzos estén bajo el amor providente de Dios y la fuerza de su Espíritu, no pueden ser llamados cristianos.
 
3. Ser cristiano no consiste simplemente en cumplir unos ritos determinados. Toda religión posee ceremonias y ritos simbólicos, pues de lo contrario se convertiría en un mero intelectualismo ético para minorías. Pero no basta haber sido bautizado, haber hecho la primera comunión, asistir a procesiones, peregrinar a santuarios marianos, celebrar festividades para poder ser identificado como cristiano. Los fariseos del tiempo de Jesús eran muy fieles en sus ritos y sin embargo Jesús los denunció cómo hipócritas (Mt 23). El rito es necesario, pero no suficiente para ser cristiano.
 
4. Ser cristiano no se limita a aceptar unas verdades de fe, en unos dogmas, recitar el Credo o saberse el catecismo de memoria. Muchos que profesan la doctrina cristiana recta, están en la práctica muy lejos del Evangelio. Es necesario aceptar la fe de la Iglesia, conocer sus leyes y preceptos, pero esto no basta para ser cristiano. El cristianismo no es sólo una doctrina.
 
5. Ser cristiano no se identifica con seguir una tradición, que se mantiene de siglos a través de un ambiente. Toda religión reconoce la importancia del peso de la historia, pero el cristianismo no es simplemente una cultura, un folklore, un arte, una costumbre inmemorial que se transmite a través de los años.
 
6. Ser cristiano no puede consistir únicamente en prepararse para la otra vida, esperar en el más allá, mientras uno se desinteresa de las cosas del presente o se limita a sufrirlas con resignación. La fe cristiana afirma la existencia de una vida eterna y la consumación de la tierra pero la esperanza de una tierra nueva no debe amortiguar la preocupación por transformar y cambiar esta historia (GS 39). Por esto no se puede llamar cristiano a quien se inhibe de las preocupaciones históricas, con la excusa del cielo futuro.
 
Ser cristiano no se identifica con ninguna de estas posturas u otras semejantes. Algunas son previas al cristianismo (hacer el bien, creer en Dios), otras admiten elementos necesarios pero no suficientes (practicar ritos, aceptar verdades), otras son mutilaciones del cristianismo (reducirlo a una tradición o a la espera de los bienes eternos). Seguramente la contradicción del cristianismo de América Latina nace de que muchos cristianos se identifican con algunas de estas formas inadecuadas de cristianismo. El resurgir de la Iglesia latinoamericana está ligado a una visión más auténtica del ser cristiano.
 
 
3. SER CRISTIANO ES SEGUIR A JESUS
No se puede ser cristiano al margen de la figura histórica de Jesús de Nazaret, que murió y resucitó por nosotros y Dios Padre le hizo Señor y Cristo (Hch 2,36). Lo cristiano no es simplemente una doctrina, una ética, un rito o una tradición religiosa, sino que cristiano es todo lo que dice relación con la persona de Jesucristo. Sin él no hay cristianismo. Lo cristiano es El mismo. Los cristianos son seguidores de Jesús, sus discípulos. En Antioquía, por primera vez los discípulos de Jesús fueron llamados cristianos (Hch 11,26).
La vida cristiana es un camino (Hch 9,2), el camino de seguimiento de Jesús. Los Apóstoles, primeros seguidores de Jesús, son el modelo de la vida cristiana. Ser cristiano es imitar a los Apóstoles en el seguimiento de Jesús. De los Apóstoles se dice que siguieron a Jesús. (Lc 5,11) y a este seguimiento es llamado todo bautizado en la Iglesia. Los Apóstoles no fueron únicamente los discípulos fieles del Maestro, que aprendieron sus enseñanzas, como los jóvenes de hoy aprenden de sus profesores. Ser discípulo de Jesús comportaba para los Apóstoles estar con él, entrar en su comunidad, participar de su misión y de su mismo destino (Mc 3,13-14; 10, 38-39). Seguir a Jesús hoy no significa imitar mecánicamente sus gestos, sino continuar su camino "pro-seguir su obra, per-seguir su causa, con-seguir su plenitud" (L. Boff). El cristiano es el que ha escuchado, como los discípulos de Jesús, su voz que le dice: "Sígueme" (Jn 1,39-44; 21,22) y se pone en camino para seguirle.

¿Pero qué supone seguir a Jesús?
 
1. Seguir a Jesús supone reconocerlo como Señor.
Nadie sigue a alguien sin motivos. Los Apóstoles siguieron a Jesús porque reconocieron que El era el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1,29-37), el Mesías, el Cristo (Jn l,41), Aquél de quien escribieron Moisés en la ley y los profetas (Jn 1,45), el Hijo de Dios, el Rey de Israel (Jn 1,49). Ante Jesús, Pedro exclama antes de seguirle: "Señor, apártate de mí, que soy un pecador" (Lc 5,8). Los Apóstoles reconocen que Jesús es Aquél que los profetas habían anunciado como Mesías futuro y que Juan Bautista había proclamado como ya cercano (Jn 1,26; Lc 3,16).
Hoy el cristiano reconoce a Jesús como el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6), la Puerta (Jn 10,7), la Luz (Jn 8,12), el Buen Pastor (Jn 10,11, 14), el Pan de Vida (Jn 6), la Resurrección y la Vida (Jn 11,25), la Palabra encarnada (Jn 1,l4), el Cristo, el Hijo del Dios Vivo, (Mt 16,16), el Hijo del Padre (Jn 5,19-23; 26-27; 36-37; 43 ss), el que existe antes que Abraham (Jn 9,58), el Señor Resucitado (Jn 20-21), el Juez de Vivos y Muertos (Mt 35,31-45), el Principio y el Fin, el que es, era y ha de venir, el Señor del Universo (Ap 1,8).
El cristiano no sigue, pues a cualquiera, sino al Señor de quien parte la iniciativa para que le sigamos. El es quien siempre llama y nos dice a cada uno de nosotros "Sígueme". El llamado viene de El, a través de la Escritura, de la Iglesia o de los acontecimientos de la historia. Ante esta vocación el cristiano exclama como Pedro: ¿"Señor a quién iríamos"? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo Dios " (Jn 6,68).
La fe cristiana no consiste propiamente en aceptar doctrinas, sino en reconocer a Jesús como Señor y seguirle. El Credo es la profesión de fe del que sigue a Cristo. El Credo que se enseñaba a los catecúmenos en el tiempo de preparación al bautismo, no era una simple lección de memoria, sino la contraseña que les identificaba como seguidores de Jesús ante el mundo. Sabían a quien seguían, sabían de quién se habían fiado, y como Pablo, todo lo consideraban basura en comparación de haber conocido y poder seguir a Cristo (Flp 3,7-21).
Seguir a Jesús es convertirse al Señor, cambiar la orientación de la vida. Significa escoger la vida en vez de la muerte (Dt 30,19). Significa renunciar al Maligno y su imperio de muerte (Jn 8,44) y adherirse a Cristo. Los primeros cristianos en el catecumenado realizaban una solemne renuncia a Satanás y sus estructuras antes de adherirse a Cristo por el bautismo. Todavía quedan en nuestra liturgia bautismal los vestigios de esta renuncia. Pero todo ello debe hoy profundizarse. Nadie puede servir a dos señores, a Dios y al dinero (Mt 6,24).
 
2. Seguir a Jesús significa aceptar su proyecto
Jesús tiene un proyecto, una misión: anunciar y realizar el Reino de Dios (Mc 1,15). Este es el plan que el Padre le ha encomendado, formar una gran familia de hijos y hermanos, un hogar, una humanidad nueva, los nuevos cielos y la nueva tierra que los profetas habían predicho (Is 65, 17-25). Esta es la gran Utopía de Dios, el auténtico paraíso descrito simbólicamente en el Génesis (Gen 1-2), donde la humanidad vivirá reconciliada con la naturaleza, entre sí y con Dios, de modo que el hombre sea señor del mundo, hermano de las personas e hijo de Dios (DP 322). Esta gran Buena Noticia es algo integral, ya que abarca a toda la persona humana (alma y cuerpo), a todo el mundo (personas y comunidades) y aunque consumará en el más allá, debe comenzar ya aquí en nuestra historia. Este Reino de Dios es liberación de todo lo que oprime a la humanidad, del pecado y del Maligno (EN 9). Es en este contexto que tiene sentido explicar y aprender el Padre Nuestro, como se hacía en el antiguo catecumenado. El Padre Nuestro no es sólo una fórmula para orar, sino un compendio del programa de Jesús. El Reino del Padre, el cumplimiento de su voluntad, un mundo donde haya pan y perdón, liberado de todo mal y victorioso de toda tentación. En ello el Padre es glorificado, pues la gloria de Dios consiste en que el Reino de Dios venga a la humanidad y todo el mundo viva como hijo del Padre.
Las parábolas del Reino hablan de esta gran Utopía de Dios como un tesoro y una perla, por cuya adquisición vale la pena venderlo todo (Mt 13,44-46). Los Apóstoles ante el proyecto de Jesús, dejan sus barcas y redes y le siguen (Lc 5,11), mientras que el joven rico se alejó triste de Jesús porque tenía muchas riquezas y no quería aceptar el proyecto de fraternidad universal de Jesús (Mt 19,22). Para seguir a Jesús las riquezas son un gran impedimento (Mt 19,23-21; Lc 6,24-26; 12,13-24), lo cual contrasta con la opinión y la práctica de muchos ricos de América Latina, que se consideran muy cristianos.
 
3. Seguir a Jesús supone proseguir su estilo evangélico
El programa de Jesús, el Reino de Dios, es inseparable de su persona, en el Reino de Dios se encarna y personifica, con El el Reino se acerca a la humanidad (Lc 11,20). Jesús posee un estilo peculiar de anunciar y realizar el Reino.
Nacido pobre (Lc 2,6-7), hijo de una familia trabajadora sencilla (Lc 1,16; 4,22; Mc 6,3), se siente enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres (Lc 4, 18) y sanar a pecadores, enfermos y marginados (Lc 7,21-23). Jesús a lo largo de su vida va discerniendo lentamente su misión y el camino que el Padre desea. Rechaza las tentaciones de poder y prestigio (Lc 4), reconoce que el Padre revela el misterio de Dios a los sencillos y lo oculta a los sabios y prudentes (Mt 11,25-26), se va solidarizando en todo a los hombres menos en el pecado (Hb 4,15), se compadece del pueblo disperso como ovejas sin pastor (Mc 34), bendice al pueblo pobre (Lc 6,21-23) y maldice a los ricos (Lc 6,24-26) y a los fariseos hipócritas (Mt 23).
Hace de los pobres los jueces de la humanidad y toma como hecho a sí mismo cuanto se haga u omita con los pobres (Mt 25, 31-45; Mc 9, 36-37).
Esta opción de Jesús le produjo conflictos y le llevó a la muerte. Su muerte es un asesinato tramado por todos sus enemigos, pero su resurrección no sólo es el triunfo de Jesús , sino la confirmación por parte del Padre de la validez de su camino. Mientras vivió en este mundo, Jesús fue tenido por loco (Mc 3,21), blasfemo (Mt 26,65), borracho (Lc 7,34), endemoniado (Lc 11,15), pero el Padre resucitándolo muestra que el camino de Jesús es el auténtico camino del Reino y que Jesús tenía razón en haber seguido el estilo evangélico del Siervo de Yavé (Is 42;49;50;53). Lo proclamado misteriosamente en el Bautismo (Mc 1,9-11) y la Transfiguración (Mc 9, 1-8), se realiza en la Resurrección: Jesús es realmente el Hijo del Padre y a El hay que escucharle y seguirle. Seguir a Jesús es tomar la cruz y perder la vida, pero para ganar la vida y salvarse (Mc 8,34-35).
Algunos resumen este estilo evangélico en los Mandamientos de la ley de Dios, ofrecidos por Moisés al pueblo de Israel (Ex 20, 1,21; Dt 5). Pero el decálogo deberá entenderse a la luz de la liberación de la esclavitud de Egipto (Ex 20,1; Dt 5, 6 ) y por lo tanto como leyes para vivir en la libertad de los hijos de Dios, como camino de bendición y de vida, para evitar la esclavitud, la maldición y la muerte (Dt 30, 29-31). Pero en todo caso el decálogo debería completarse con las Bienaventuranzas del NT (Mt 5; Lc 6), que marcan el camino del Evangelio y radicalizan y completan el AT. El camino de Jesús no es de los Faraones y poderosos de este mundo, sino el de la libertad, la fraternidad y la solidaridad con el pueblo pobre. Este es el camino de bendición que lleva a la vida, mientras que el otro conduce a la maldición y a la muerte propia y ajena. Jesús bendice al pueblo pobre y maldice a los ricos. Este es el estilo evangélico de Jesús, que a través de la cruz lleva a la Resurrección.
 
4. Seguir a Jesús es formar parte de su comunidad
Jesús aunque llamó a los discípulos personalmente, uno por uno, a su seguimiento, formó con ellos un grupo, los doce, a los que luego se añadieron hombres y mujeres hasta constituir una comunidad: la comunidad de Jesús (Lc 8,1-3). Este modo de actuar del Señor no es casual, sino que corresponde al plan de Dios de formar un pueblo, a lo largo de la historia, para que fuese semilla y fermento del Reino de Dios (LG 9 ). El pueblo de Israel en el AT, fue elegido y formado lentamente por Yavé, desde Abraham hasta María, era figura y semilla del nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, que Jesús preparó y que nació por obra del Espíritu en Pentecostés (Hch 2). La Iglesia es la comunidad que mantiene la memoria de Jesús a través del tiempo, es su Cuerpo visible en la historia (1 Cor 12), continúa profetizando el proyecto de Jesús a todos, anuncia el Reino a los pobres, denuncia el pecado y va realizando la fraternidad y la filiación de la humanidad, hasta hacer de ella la nueva humanidad, los nuevos cielos y la nueva tierra en la nueva Jerusalén, donde existirá plena comunión entre Dios y la humanidad (Ap 21).
La Iglesia prolonga en la historia el grupo de discípulos de Jesús y es la comunidad que prosigue la misión de Jesús en este mundo. Es sacramento de Jesús, sacramento de salvación liberadora en nuestra historia concreta (LG 1;9; 48). Sus pastores (Papa, Obispos. . .) le guían en esta misión, prolongando la función de Pedro y los Apóstoles (Mt 16,18-19). Los sacramentos no son simples ritos para la salvación individual, sino momentos fuertes de la vida de la comunidad eclesial, y su centro es la Eucaristía, el sacramento que alimenta a la Iglesia con el Cuerpo y Sangre de Cristo y la va edificando como Cuerpo de Cristo en la historia (1 Cor 10,17). La catequesis de los sacramentos debe enmarcarse dentro de la comprensión de la Iglesia como comunidad de Jesús.
Querer seguir a Jesús al margen de la Iglesia es un peligroso engaño ya que, como Pablo descubrió en su conversión (Hch 9,5-6), la comunidad de los cristianos es el Cuerpo de Jesús (l Cor 12, 27), es Cristo presente en forma comunitaria. Pero la Iglesia deberá continuamente convertirse al Reino de Dios, objetivo central de su misión, y deberá recordar siempre que Jesús siendo rico se hizo pobre ( 2 Cor 8,9j) y fue enviado para evangelizar a los pobres y salvar lo perdido (Lc 4,l8; 19,10), como el Vaticano II proclama (LG 8) y la Iglesia de América Latina ha recogido al hablar de la opción preferencial por los pobres (DP 1134).
 
5. Seguir a Jesús es vivir bajo la fuerza del Espíritu
Seguir a Jesús, formar parte de su comunidad, continuar su proyecto en la historia de hoy, son realidades que nos superan. Por esto Jesús prometió el Espíritu a sus discípulos (Jn 14, l7) y este Espíritu es la fuerza y el aliento vital que anima, vivifica, guía, santifica, enriquece y lleva a su plenitud la comunidad de los seguidores de Jesús (LG 4). El Espíritu convierte el seguimiento en una vida nueva en Cristo, en una comunión vital con el Resucitado en su Iglesia, nos hace pasar de la ética voluntarista a la mística del permanecer en El y vivir de su savia vital, como el sarmiento en la vid (Jn 15).
Este Espíritu, don de Dios para los tiempos del Mesías (Jl 2) es un Espíritu de justicia y derecho para los pobres y oprimidos (Is 11; 42; 61), el Espíritu que guió toda la vida y la misión de Jesús (Lc 4,18), el cual ungido por el Espíritu pasó por el mundo haciendo el bien y liberando de la opresión del Maligno (Hch 10,38). Este Espíritu es el que nos hace llamar a Dios, Padre (Gal 4,4) y es el que gime en el clamor de la creación y de los pueblos en busca de su liberación (Rm 8,18-27). En el clamor de los pobres de América Latina, el Espíritu clama y pide liberación (DP 87-89). Este Espíritu es el que da fortaleza a los perseguidos y mártires del continente (Mc 13,11) y es el que da esperanza y alegría al pueblo de América Latina, haciéndole esperar días mejores: son dolores de parto de algo nuevo que está naciendo(Jn l6,21).
Seguir a Jesús implica aceptar y comenzar a vivir todo esto. Es un camino que requiere discernimiento para ir recreando en cada instante de la historia las actitudes de Jesús y los llamados de su Espíritu. Por todo ello ser cristiano en América Latina exige hoy una postura concreta de seguimiento de Jesús.

martes, 3 de diciembre de 2013

Enajenación

Este mundo, que exige que seamos entes culturales, esconde una gran fragilidad. Somos el resultado de la evolución: si nuestra historia fuese un pastel, la cultura sería un maravilloso y jugoso relleno, pero no la esencia de la receta. La base del pastel es la naturaleza, que trae consigo leyes propias para cada especie. La del ser humano, como todas, tiene sus hábitos y son estos comportamientos, forjados a lo largo de miles de años de evolución (en su doble vertiente natural y cultural), los que se han trastornado en los últimos 30 años. Ha tenido lugar una alteración de las costumbres, de las etapas vitales, de los ritmos de la vida cotidiana, del propio flujo, antes calmado, del pensamiento. De unos 20 años a esta parte, la irrupción de las tecnologías de comunicación instantánea ha quebrado por completo nuestra capacidad para mantener una atención profunda. Estamos pendientes, sí, pero solo a chasquidos superficiales, a timbres de teléfono, chirridos, lucecitas electrónicas; siempre listos para contestar, siempre localizados para todo el mundo y siempre con el pánico a perder ese cordón que nos mantiene conectados al mundo virtual que nos rodea. Pero este ser nuestro eternamente conectado nos ha llevado, como no podía ser de otra manera, a vivir en un estado de alerta constante.

Nuestro cerebro está hecho para la profundidad y la lentitud; alejarlo de esto trae un alto grado de inestabilidad. No se trata de estar en contra de la tecnología, sino de comprender si la tecnología nos sirve a nosotros o si, por el contrario, estamos destinados a ser sus siervos. Sin una profunda atención, un escritor no logrará escribir un libro, ni un poeta un poema, ni un científico podrá llevar a buen término una investigación. Sin una profunda atención se diluyen también las relaciones humanas, que están hechas solamente de amor, y el amor no es otra cosa que una forma de atención prolongada en el tiempo. Estar siempre conectados y distraídos con toda una serie de llamadas, alertas, lucecitas y pitidos nos ha conducido a una constante quiebra de la atención. Y con ella hemos perdido también la capacidad de estar despiertos y presentes en las relaciones más vitales que pueblan nuestra existencia.



viernes, 29 de noviembre de 2013

Palabras, palabras, palabras


Hablar, todos hablamos, unos más y otros menos; conversar, depende de la actitud y del contenido que aportamos a esta actividad.Hay épocas, semanas, en las que la información parece multiplicarse que se multiplica. Se juntan varios asuntos de importancia (según los medios,), y crece exponencialmente la tinta impresa y... los bits y palabras que se mueven por internet.. Evidente, estamos en la sociedad de la información, y tiene que crecer y crecer este fenómeno que da nombre a nuestra época. Por eso me ha llamado la atención un escrito de Albino Luciani, el que sería Juan Pablo I, titulado precisamente “palabras, palabras, palabras”. Han pasado varias décadas, pero no ha perdido actualidad. Luciani no habla de las palabras en los medios de comunicación, sino de las palabras en la comunicación, en el contacto cercano con las personas, eso que llamamos sencillamente conversación.

En pocas líneas, describe los maravillosos efectos de esta actividad: “Nos acerca a los demás y nos da un profundo sentido de nosotros mismos; aligera nuestras fatigas, nos distrae de las preocupaciones, desarrolla nuestra personalidad y vigoriza nuestros pensamientos”. La ansiada medicina de los buenos psicólogos y pedagogos, barata, a la mano y con escasos efectos secundarios. ¿Se puede pedir más por menos?

Espigando entre sus escritos hay varios elementos que componen esta conversación. Habría que hacer una aclaración previa: conversar no es hablar, igual que con frecuencia los medios de comunicación comunican poco (y entretienen y mueven incluso demasiado). Hablar es decir palabras, emitir sonidos que son captados e interpretados por un oído humano. Conversar es intercambiar almas, comunicar parte de mi alma y recibir parte del alma del otro, para construir juntos, aunque sólo sean unas sanas bromas que nos entretienen y nos hacen descansar.

Uno de estos elementos es la acogida y la escucha. Con los avances actuales resulta demasiado fácil dejar de escuchar. Hay mucho ruido alrededor, la televisión, la radio, la música, y si nos cansamos, con un solo botón dejamos de escuchar esa cadena, esa música, y pasamos a escuchar otra cosa. En la conversación no tenemos ese mando, pero nuestra atención puede moverse igual de rápido. Y si no me interesa, tengo muchas cosas en que pensar. Seguimos oyendo, pero escuchamos las palabras, sonoras o insonoras, que nos interesan.

Sinceridad, el caballo de Troye de nuestra sociedad. En los medios de comunicación, esos que inundan nuestro universo con sonidos, imágenes y palabras, abundan por desgracia ejemplos de la actitud contraria: el político, el banquero, el “showman” de las revistas del corazón, que hoy dicen casi una verdad, y mañana afirman casi la verdad contraria. Los bancos necesitan dinero, pero pagan grandes pre-jubilaciones a determinados consejeros. El estado tiene que recortar gastos en sanidad, educación, pero da subvenciones artificiales a grupos que ni aportan ni producen nada. ETA anuncia su final, ha vencido la democracia, pero sigue viva, con dinero, con armas, con poder. ¿En este ambiente en el que parece que la verdad brilla por su ausencia, nos acecha la tentación de traducir esa falta de sinceridad a nuestra vida diaria, a la comunicación de todos los días, a la conversación.

Por último, tres notas que sintetizan una buena conversación: con contenido útil, interesante, agradable. La última nota es la más inmediata, primaria, externa. “Estoy a gusto”, afirmamos para resumir el contacto con una persona. Surge en nosotros ese sentimiento de complacencia, de disfrute, incluso sin racionalizar por qué nos sentimos así. La segunda característica, contenido interesante, es para nota. En ocasiones es interesante por el buen conocimiento de un tema, la exposición amena y clara, la brillantez intelectual. Pero sobre todo es interesante cuando hay comunión de intereses, un interés común en el tema, y sobre todo en los participantes de la conversación. El interés intelectual a veces no está a nuestro alcance, pero siempre podemos tener el interés cordial, afectivo, sincero por el otro.

Contenido útil, bien entendido. Una conversación útil, en una reunión de trabajo, es la que nos lleva a aclarar ideas para orientar correctamente el proyecto. En un artículo informativo un contenido útil es aquel que expone con claridad los hechos y posibles atenuantes, informando con precisión y amplitud. En una conversación con un amigo, por ejemplo, un contenido útil es aquel con el que aporto algo al que me escucha: una idea, un matiz, o simplemente una sonrisa, una comprensión, una expresión de mi cariño y comprensión.

Hablar, todos hablamos, unos más y otros menos; conversar, depende de la actitud y del contenido que aportamos a esta actividad.

Estamos a punto de celebrar el día de los difuntos, y sobre todo el día de los santos, el día de San Don Nadie. Nadie, porque no sabemos muchos de sus nombres, pero santo, buenísimo. Uno de los termómetros de esa vida santa, y de los caminos para llegar a ella, está ahí, en algo tan cotidiano como la conversación.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

La locura de don Quijote

Como casi todos los días, anoche escuché, una vez más, "The imposible dream", sólo pensando que debo ser una “simple”en estos tiempos en los que a muchos nos truncan el derecho de poder soñar. La letra tiene muchas lecturas. Cada quien es dueño, de quedarse con la deseada. En mi caso, es la lectura de una “soñadora de pocos probables y demasiados imposibles”. Recuerdo cómo me argumentó  un amigo del alma hace unos catorce años:“eres como el Hidalgo Caballero, siempre luchando contra molinos de viento”. Eso debe decir algo, aunque no sé si a mi favor. Soy soñadora y no lo escondo, soy soñadora de un mundo más justo (no en este mundo en el que andamos atrapados y que la difamación, la mentira, es el pan nuestro de cada día). Soy soñadora, porque tengo cierto parecido a Aldonza, y,  a partes iguales, a las maneras del atribulado Sancho y del luchador Quijote...

Soy soñadora, siempre lo fui y ojalá nunca me falten los “sueños”, aunque ruego que me abandonen las “pesadillas” que hacían al “Ingenioso Hidalgo”, ver lo que no eran realidades, aunque tuviera siempre a Sancho para devolverle a la misma, por dura que parezca. Y si me dejan seguiré soñando, nunca despegados los pies del suelo.

Os transcribo, el diálogo memorable protagonizado por Peter O´Toole y Sofia Loren:

"Ahora, debo considerar como los sabios del futuro describirán esta histórica noche, mucho tiempo después que el sol se retirase a su lecho, oscureciendo las puertas y ventanas de La Mancha, Don Quijote con paso decidido y firme expresión en su rostro, vela armas en el patio de un magnifico castillo, torpe fabulador de vanas glorias. Ésta, de todas las noches, la menos venturosa para dar rienda suelta a la vanidad, ¡no Don Quijote!, ¡No! Inhala un aliento de vida y considera como debes vivirla, no pidas nada para ti, sino para tu alma, ama no lo que eres, sino en aquello en lo que te puedes llegar a convertir, no busques el placer, pues podrías caer en el infortunio de encontrarlo en demasía, mira siempre adelante, en los nidos de antaño, no hay pájaros de hogaño, sé cabal con los hombres, sé cortés con las mujeres, vive con la imagen de aquella que alienta y justifica todas tus proezas, vive por Dulcinea.
- Aldonza: ¿Por que hacéis estas cosas?
- Don Quijote: ¿Qué cosas?
- Aldonza: Estas ridículas cosas que hacéis
- Don Quijote: Por añadir una pizca de nobleza a este mundo
- Aldonza: El mundo, el mundo es un estercolero y nosotros no somos sino gusanos que nos arrastramos por él.
- Don Quijote: Mi señora sabe que hay algo más noble en su corazón
- Aldonza: Lo que hay en mi corazón hará que me gane la mitad del infierno y vos señor Don Quijote os voy a moler a palos.
- Don Quijote: Ganar o perder poco me importa
- Aldonza: ¿Qué os importa?
- Don Quijote: Perseguir un ideal
- Aldonza: (Escupe) por vuestro ideal… ¿Qué significa? ¿Qué es un ideal?
- Don Quijote: Es la misión del verdadero caballero, su deber ¡no, no!, Su deber ¡no!, Su privilegio.

Solo tenéis que escuchar,  para poder asimilar no solo la voz, si no la letra.

"Con fe lo imposible soñar
al mal combatir sin temor
triunfar sobre el miedo invencible
en pie soportar el dolor.
Amar la pureza sin par,
buscar la verdad del error,
vivir con los brazos abiertos,
creer en un mundo mejor
Es mi ideal
la estrella alcanzar
no importa cuan lejos
se pueda encontrar
luchar por el bien
sin dudar ni temer
y dispuesto al infierno llegar si lo dicta el deber
Y yo sé
que si logro ser fiel
a mi sueño ideal
estará mi alma en paz al llegar
de mi vida el final
Será este mundo mejor
si hubo quien despreciando el dolor
combatió hasta el último aliento
Con fe lo imposible soñar
y la estrella alcanzar
¡Ojalá existan tantos Quijotes como Sanchos!: "oro gallo nos cantaría" Hoy me quedo con otra cita de Miguel de Cervantes que avergüenza a los tiempos que corren:
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.”

martes, 26 de noviembre de 2013

Sentido común

A pesar de todas las definiciones que se le han dado a lo largo de la historia, el sentido común es un concepto muy difícil de describir, aunque sea un atributo muy utilizado y muchos se refieran a él sin darse cuenta de la verdadera realidad que éste implica.
Se podría decir que el sentido común es lo que la gente piensa a nivel general sobre un tema en particular. Es como una especie de “acuerdo natural” que las personas hacen sobre algo. Es una forma de juzgar razonablemente las cosas, sin necesidad de que una determinada información esté comprobada científicamente; lo único que importa es que la mayoría de las personas lo consideran cierto.
Un factor importante relacionado con el sentido común es la experiencia que cada persona ha tenido en el transcurso de su vida. Muchas de esas experiencias nos aportan conocimientos valiosos y positivos, por lo que, según el conocimiento que se adquiriere en base a esas experiencias, se establecen creencias que a nivel popular se consideran de buen juicio.
Toda persona, a lo largo de su vida, se encuentra frecuentemente con situaciones que le suponen un dilema, momentos en los que ha de tomar una decisión. Cuando llegamos a este punto, solemos confiar en nuestra experiencia, sabiduría y, por supuesto, nuestro sentido común… Pero ¿sabemos utilizar este “sentido” correctamente? Pues la verdad es que muchas más veces de lo que creemos la respuesta es NO.
Tomar una decisión a la hora de elegir un objeto material puede ser una tarea más o menos sencilla, pero hacerlo con personas y situaciones, no siempre es tan simple y nos vemos supeditados a la presencia de nuestros sentimientos y emociones, a nuestro estado personal en ese momento.
Es más, en situaciones comprometidas, como cuando alguien nos pide un favor o simplemente una opinión, cuántas veces nos hemos sentido abocados a hacer o decir aquello que, en realidad, no queremos hacer o no pensamos.
Cada cual, dependiendo del momento, la situación y las circunstancias, adopta una postura, que es la que cree más adecuada y conveniente de acuerdo con sus propios deseos y convicciones. Y aunque lo ideal es tomar una decisión sin presiones externas sociales, preservando un cierto grado de autodominio, a la hora de la verdad muchas veces es el “qué dirán”, el “qué pensarán”, o los propios prejuicios los que nos impiden actuar serenamente y con sentido común.
El sentido común nos debería proteger de cometer errores, de caer en problemas o conflictos, y como consecuencia, de que la propia humanidad sucumba a su total falta de sensatez, entonces preguntémonos: ¿Talar sin medida los bosques y las selvas para utilizar la madera de sus árboles o producir enormes pastos, es de sentido común? ¿Matar elefantes indiscriminadamente para conseguir el marfil de sus colmillos y hacer adornos, es razonable? ¿No compartir las riquezas, el agua o la comida con nuestros semejantes y vivir para acumular, es normal? ¿Agredir a otra persona por ser de una ideología o equipo de fútbol distintos al nuestro, tiene sentido? Aquí la respuesta es incluso más obvia, entonces, ¿qué nos está pasando?.
Seguramente nos parecerá que cualquier animal tiene más sentido común, y es cierto, pues no tiene tantas cosas en qué pensar, ni tanto que sopesar para tomar una decisión. He aquí nuestro eterno dilema: los humanos disponemos de tantas posibilidades de acción que muchas veces nuestra mente no es capaz de valorarlas todas con el tino suficiente como para llegar a una conclusión realmente beneficiosa para nosotros, tanto a corto, como a medio o largo plazo.
Uno de los principales obstáculos que encontramos en este sentido, es la gran importancia que le hemos ofrecido las personas a nuestras “necesidades”. Nos decimos constantemente: “necesito tener bastante ropa, para vestir bien en todas ocasiones”, “necesito tener un teléfono móvil”, “necesito un televisor”, “necesito amueblar la casa y decorarla con objetos bonitos”, “necesito tener un coche”, “necesito un ordenador”…, en fin, la lista es realmente interminable, y eso que sólo describo algunas de las “necesidades” más habituales. Pero no nos olvidemos de las necesidades no materiales, que han sido elevadas por nosotros mismos al nivel de necesidades irrenunciables: “necesito tener pareja”, “necesito tener muchos amigos”, “necesito tener un hijo”, “necesito ir de vacaciones a tal o cual sitio”, “necesito tener un cuerpo perfecto”…
¿Es realmente todo esto necesario? Si intentamos razonar con algo más de claridad, nos daremos cuenta de que algo se considera necesario cuando sin ello nuestra vida podría verse seriamente afectada o dañada. ¿Es así en estos casos? Alguna de las cosas que verdaderamente necesitamos son, por ejemplo, comida, agua, ropa, una casa donde vivir o un sitio para descansar y dormir. Todo lo demás es deseable, pero jamás necesario y para nada imprescindible. La prueba está en que muchas personas que no se consideran socialmente atractivas son felices; también hay muchas que no tienen buena salud pero eso no les impide disfrutar de la vida, numerosas personas sin objetos de lujo también son felices...
Por desgracia, nos rodeamos de necesidades nuevas a diario sólo por el hecho de verlas en los demás y de no querer ser “menos” que ellos, cuando sabemos que muchas personas viven prácticamente  sin nada y eso no les hace ser menos felices. Al contrario: liberarse de las ataduras "impuestas" nos convierte en personas acomplejadas, infelices, en permanente conflicto consigo mismas y con los demás.
Aceptemos nuestra realidad personal con sentido común. Vivamos de cuerdo con él y, probablemente, aunque de modo imperceptible, lograremos cambiar lo que nos rodea.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Elogio de la sinceridad

 A veces, atravesamos malas experiencias... ¿Alguna vez has sentido la desilusión de descubrir la verdad?, ¿esa verdad que descubre un engaño o una mentira?. Sentirnos defraudados provoca incomodidad, esta experiencia nos lleva a procurar que nunca nos suceda lo mismo, y a veces, nos impide volver a confiar en las personas, aún sin ser las causantes de nuestra desilusión.

Sin embargo, como los demás valores, la sinceridad, no es algo que debemos esperar de los demás, es un valor que debemos vivir para tener amigos, para ser dignos de confianza....

La sinceridad es un valor que caracteriza a las personas por su actitud congruente, que mantienen en todo momento, basada en la veracidad de sus palabras y acciones.

Si queremos ser sinceros necesitamos decir siempre la verdad... esto que parece tan sencillo, resulta una tarea muy dificultosa para algunas personas. ¿cuántas veces utilizamos esas mentiras piadosas en circunstancias que consideramos poco importantes?: como el decir que estamos avanzados en el trabajo, cuando aún no hemos comenzado, por la suposición de que es fácil y en cualquier momento podemos estar al corriente. Obviamente, una pequeña mentira, llevará a otra más grande y así sucesivamente... hasta que nos sorprenden.

Incluso, podemos inventar defectos o hacerlos más grandes en una persona, o cuando ocultamos el enojo o la envidia que tenemos. Cuando, con aires de ser "franco" o "sincero", decimos con facilidad los errores que comenten los demás, mostrando lo ineptos o limitados que son.

No obstante, la palabra no constituye el límite único y visible de este valor, también se evidencia en nuestras actitudes. Como, por ejemplo, cuando aparentamos ser una persona que no somos, (normalmente es según el propósito que se persiga: trabajo, amistad, negocios, círculo social...), existe una tendencia a mostrar una personalidad ficticia: inteligentes, simpáticos, educados, de buenas costumbres... En este momento viene a nuestra mente el viejo refrán que dice: "dime de que presumes... y te diré de que careces"; gran desilusión causa el descubrir a la persona como era en la realidad, alguna vez hemos dicho o escuchado: "no era como yo pensaba", "creí que era diferente", "si fuese sincero, otra cosa sería"...

Esto nos demuestra que no sólo debemos decir la verdad para ser sinceros, sino también actuar conforme a la verdad. Ello resulta un requisito indispensable para la sinceridad.

Si nos mostramos tal cual somos en la realidad, nos hace congruentes entre lo que decimos, hacemos y pensamos. De esta manera, logramos el conocimiento y la aceptación de nuestras cualidades, pero también de nuestras limitaciones: los demás nos quieren y aceptan como somos.

Puede ocurrir que faltemos a la sinceridad por descuido, utilizando las típicas frases "creo que quiso decir esto...", "me pareció que con su actitud lo que realmente pensaba era que ..." ; tal vez y con buena intención, opinamos sobre una persona o un acontecimiento sin conocer los hechos. Para ser sincero, debemos ser responsables en lo que decimos, evitando dar rienda suelta a la imaginación o haciendo suposiciones.

Para ser sincero también se requiere "tacto", esto no significa encubrir la verdad o ser vagos al decir las cosas. Cuando debemos decirle a una persona algo que particularmente puede incomodarla, debemos ser conscientes que el propósito de nuestro comentario es "ayudar", no hacerlo por disgusto o porque "nos cae mal"; además debemos buscar el momento y lugar adecuados para decírselo, esto último garantiza que la persona nos escuchará y descubrirá nuestra buena intención de ayudarle a mejorar.

De esta manera, la sinceridad requiere valor, nunca se justificará el dejar de decir las cosas para no perder una amistad o el buen concepto que se tiene de nuestra persona. Si por ejemplo, es evidente que un amigo trata mal a su esposa o a sus empleados, tenemos la obligación de decírselo, señalando las faltas en las que incurre y el daño que provoca, no solamente a las personas, sino a la buena convivencia que debe haber.

Actuar de forma sincera implica decir la verdad siempre, en todo momento, aunque le cueste, sin temor al qué dirán. Vernos sorprendidos en la mentira es más vergonzoso.

Además, si somos sinceros aseguramos nuestras amistades, demostramos ser honestos con los demás y con nosotros mismos, convirtiéndonos en personas dignas de confianza por la veracidad que hay en nuestra conducta y nuestras palabras. A medida que pasa el tiempo, esta norma se debe convertir en una forma de vida, una manera de ser confiables en todo lugar y circunstancia

jueves, 21 de noviembre de 2013

Sentirse bien

Empiezo una nueva actividad: un trabajo, un paseo, un deporte, un libro, una música.
Pronto surgen las preguntas: ¿me gusta? ¿Me siento bien? ¿Estoy satisfecho? Otras veces son otros los que nos lanzan la pregunta: ¿cómo te va? ¿Estás a gusto?
Detrás de este tipo de interrogantes hay un deseo de valorar lo que llevamos entre manos. En cierto sentido, parecería que lo que hacemos sería “mejor” si suscita buenos sentimientos, mientras sería “peor” si desencadena sentimientos negativos.
Las preguntas sobre cómo se siente uno miran hacia el interior del alma. En cada actividad despertamos sentimientos de satisfacción o de aburrimiento, de entusiasmo o de desgana, de esperanza o de miedo.
Si vamos más en profundidad, descubrimos cómo esos sentimientos surgen desde expectativas, desde sueños, desde deseos íntimos. Surgen también desde el mismo funcionamiento de nuestro cuerpo: algunas actividades físicas o simplemente las consecuencias de una mala digestión suscitan emociones más o menos concretas de desgana, de cansancio, de pereza, de enojo.
Sin embargo, ¿son los sentimientos el parámetro adecuado para valorar la bondad o la maldad de lo que hacemos? ¿No deberíamos ir más a fondo y buscar puntos de referencia de mayor peso?
Ciertamente, los sentimientos tienen su papel en la propia vida, aunque no son lo único importante. Limitar nuestra atención a lo que sentimos no es correcto. Cada ser humano puede acometer actividades incluso desagradables y molestas por ideales nobles. Las pondrá en práctica si piensa con una inteligencia que descubre principios verdaderos y si actúa con una voluntad que ama por encima de lo que susurren (o griten) nuestros sentimientos.
Ayudar, limpiar, dar de comer, escuchar un día sí y otro también a un anciano cuesta, incluso en algunos provoca sentimientos de desgana o de aburrimiento. Pero quien ha optado por un servicio difícil, incluso contrario a las reacciones emotivas, tiene puesta su mirada no en lo que le cuesta, sino en la ayuda que el otro está recibiendo.
En vez de preguntar cómo se siente uno, deberíamos preguntar si uno está realizando algo que vale la pena. Ese es el tema decisivo a la hora de escoger actividades y proyectos buenos y de perseverar en los mismos. Si así lo hacemos, construimos un mundo menos egoísta y más abierto a la belleza y al bien, a la justicia y al amor, a los hombres y a Dios

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Lo mejor de la vida



A muchos les cuesta creer en ti cuando llega el dolor. Se encuentran solos en la playa de la vida. Piensan que Tú estás lejos, muy lejos y que es difícil encontrarte en esta tierra.
De pronto, Tú apareces intentando acercarte a cada hombre. Estás cercano e íntimo a todos los dramas de nuestra tierra. Te presentas inesperadamente, cuando ya todo parece que termina.
Estás aquí. Siempre te podemos encontrar, Aun en medio de la noche y la tormenta, apareces Tú. Vienes a nuestra vida para ser compañero inseparable de nuestros caminos.
El hombre se rebela ante ti, y tú le acaricias y le llenas el alma de ternura. Te consideran lejano, cuando Tú estás más cerca de nosotros que nosotros mismos.
Tú vienes a llenar nuestro corazón de la alegría que no termina y que es capaz de inundar todo nuestro ser.
Tú sí que eres lo mejor de la vida

martes, 19 de noviembre de 2013

Algo necesario: la gratitud.



Cada día, tiene un motivo, tiene un sentido y un propósito individual por el cual sentirse agradecido. Pienso y creo fielmente que es importante ser capaces como seres humanos, de percibir todo lo bueno que la vida nos ofrece cada vez que abrimos los ojos por la mañana…

La vida es muchísimo más que un cúmulo de experiencias buenas y malas, a su vez, también es un continuo, en el cual dichas experiencias se entrelazan para darle un significado a nuestro aprendizaje, para hacernos conscientes de que todo lo que vivimos tiene una razón de ser, un para qué y un por qué…

Quizás muchas veces no entendemos los motivos de nuestros sufrimientos personales, ni de nuestros fracasos y errores diarios, los cuestionamos, ya que muchas veces no nos creemos merecedores de eso que decimos padecer como una especie de enfermedad, castigo, injusticia (o como queramos llamarlo), sin embargo, segura estoy de que cada cosa que vivimos buena, mala, nos guste o disguste, es precisamente lo que merecemos y atraemos como producto de nuestras acciones, reflexiones y sentimientos…

Es necesario decir que muchas veces para poder abrir en nuestras vidas, esa brecha o ese camino hacia la tan deseada felicidad, debemos comenzar por hacernos cargo de lo que nos ocurre, responsabilizarnos, sin buscar culpables, sin victimizarnos, pues esas reflexiones y modos de actuar no llevan a nada (al menos a nada bueno)… Y a fin de cuentas, debemos hacernos responsables y conscientes de que nosotros mismos somos productores de lo que hoy nos ocurre, y que por algún motivo dicha situación (agradable o desagradable) llegó a nuestras vidas…

Además una misma circunstancia puede tener mil y una utilidades y quizás una de las que más destaco o resalto, es la de formación, es decir, el aprendizaje, pues la persona que no se dedica a aprender de sus problemas y errores, siempre vivirá en un círculo vicioso, de victimización, culpa, depresión y de errores constantes… Y los problemas están allí para algo. Sólo queda aprender a usarlos

Es importante darnos cuenta de que el potencial que reside en nosotros mismos es suficiente para hacerle frente a cualquier adversidad que en el camino se nos presente… Pues entonces… ¿Qué estamos esperando para demostrarlo?… Si no lo hacemos nosotros, nadie más lo hará… No esperemos milagros que no hemos sido capaces de autogestionar, pues los milagros existen, sin embargo, si queremos que ocurran debemos al menos lanzar una chispa para que el fuego arda… Es igual con los cambios, si queremos que vengan, debemos provocarlos, y no sólo esperarlos, pues esa no es la paciencia que tanto debemos tener, eso más bien es pasividad…

También creo que un paso primordial para ser (conste que ser y sentirse son verbos muy diferentes) felices, es aprender a ser agradecidos, no como una conducta aprendida, sino ligada a la esencia de cada persona, a algo más intrínseco, interno, profundo, a lo espiritual, es decir, ser agradecidos desde dentro, pues esa forma de ser, de pensar y de creer, tiñe de un hermoso color todo lo que toca, e impregna de un grato aroma todo lo que rodea… La gratitud es como el mejor de los perfumes… Porque es una esencia derivada del amor, por ende siempre lo que toque se convertirá en algo valioso…

A veces en las peores tormentas, en las que ni el sol es capaz de vislumbrarse, allí en medio de las aparentes tinieblas, la gratitud hace su aparición majestuosamente, divinamente, haciéndose paso entre toda esa oscuridad, para demostrar que es la luz la que reina y no lo demás… En esos momentos es cuando más viva me siento, cuando más vitalidad se hace parte de mí y cuando más puedo demostrar que creo en el amor, pues sino ¿Cuándo? o ¿De qué otro modo?,

En circunstancias felices no podemos demostrar que nuestra amor es firme si no tenemos pruebas que superar o problemas que solucionar (Al menos esa es mi apreciación)… Y también como una persona muy sabia me decía, es hora de demostrar de lo que estoy hecho; era una frase que decía con un tinte de pasión, emoción y gran madurez, con la cual expresaba que en la adversidad estaba la oportunidad de demostrar quién era y también todo lo que había aprendido, viendo ese momento como una instancia para superarse, aprender y fortalecerse…

Esa actitud era algo espiritual, que reflejaba su carácter guerrero, su personalidad esforzada y aguerrida… Nunca olvidaré esa lección, sin duda es uno de mis grandes tesoros… Gracias a eso he comprendido que los problemas son oportunidades y circunstancias para demostrar de lo que estamos hechos.

lunes, 18 de noviembre de 2013

"Vestidos los dejó de su hermosura"

 

Los clásicos griegos y los Padres de la Iglesia invitaban a descubrir una huella de la belleza de Dios en su obra: la armonía de las esferas celestes, la interrelación entre las especies, la grandeza de la naturaleza... les hablaba de una belleza infinitamente mayor y mejor. S. Agustín de Hipona justifica, en parte, su propio extravío y el de sus contemporáneos, por la hermosura de la creación: «La belleza de tus criaturas me atraía y cautivaba mi corazón; y no sabía descubrir que era sólo un reflejo de tu infinita hermosura». Después de su conversión, la contemplación de la naturaleza le servía para acercarse a Dios. En su búsqueda del amado, S. Juan de la Cruz también pregunta a las criaturas, que le responden: «Mil gracias derramando / pasó por estos sotos con presura / y yéndolos mirando / con sola su figura / vestidos los dejó de su hermosura». Todas las obras de Dios están revestidas de «mil» gracias, son un reflejo de la hermosura de su Creador. Pero, insiste él, son una huella ambigua y, a veces, confusa, ya que han sido realizadas «de paso», mientras que «las obras en las que más se detuvo son las de la Encarnación de su Hijo y los misterios de nuestra religión». En estas obras sí que se manifiesta plenamente la belleza del Creador. Hasta el punto de que el conocimiento que adquirimos de Dios a partir de las criaturas es «vespertino» (es decir, entre sombras), mientras que el conocimiento que nos produce la persona y obra de Jesús es «matutino» (es decir, claro y radiante). S. Juan de la Cruz insiste en que es a partir de la belleza del Señor Jesús, de su obra salvadora, de su revelación, como podemos conocer plenamente la hermosura de Dios y participar en ella.


«El estudio sobre los trascendentales (verum, bonum y pulchrum) ha ido unido desde los clásicos griegos. Se les considera inseparables, conscientes de que el descuido de uno de ellos repercute catastróficamente en los otros» (Hans Urs von Balthasar). A lo largo del s. XX se produjo una ruptura que, efectivamente, se ha demostrado fatal. Se consideraba que verdad, bondad y belleza no tenían por qué ir juntas. La belleza separada de la verdad se ha convertido en modas pasajeras. La verdad al margen de la bondad nos parece inalcanzable o inútil. La bondad sin la verdad se ha transformado en sinónimo de debilidad.

La separación entre verdad, bondad y belleza ya había comenzado con la reforma protestante, en el s. XVI. Mientras en la Iglesia Católica se consideraba el arte como una emanación de la belleza divina y se utilizaba en la transmisión de la fe, Lutero y Calvino insistieron en la vanidad e incluso en la maldad de todas las obras humanas y en la radical incapacidad del hombre de decir o representar algo sensato sobre Dios. De hecho, él mismo se ha manifestado en la fealdad de su contrario: en el dolor y en la muerte de Jesús. Ambos afirman que sólo se nos permitirá gozar de la belleza y de la gloria de Dios en la vida eterna.


«Todo aquel a quien le importen la amplitud universal, los espacios conformados, la humanidad heroica... se sentirá repelido por el Protestantismo. Lutero destruyó las áureas habitaciones del mito y puso en su lugar la estrecha choza del fundador. El que ama lo bello sentirá, como Winckelmann, frío en la buhardilla de la Reforma y marchará a Roma» (Gerhard Nebel, «El acontecimiento de lo bello»). El protestantismo mantiene una actitud polémica hacia todas las formas externas de la religión, a favor de la interioridad de la fe. Se comienza rechazando las ceremonias litúrgicas, las expresiones artísticas, la decoración en el templo, para pasar a poner en tela de juicio el valor de la razón, la analogía y las obras morales del ser humano y se termina eliminando la ejemplaridad de los Santos y persiguiendo la alegría, el goce y la complacencia de la vida. Si el hombre es un pozo de maldad, todo él está deformado por el pecado y todas sus obras son feas y malas, marcadas por el pecado. Precisamente, para salvarnos de nuestra postración, el Hijo de Dios «se ha hecho pecado por nosotros», cargando sobre sus espaldas nuestras miserias.

Pero el hecho de subrayar una teología de la cruz no nos puede hacer olvidar la teología de la gloria. En nuestra pobre historia y en nuestra realidad de pecado se ha revelado el hermoso designio de nuestro Dios, escondido durante siglos y ahora manifestado. Es verdad que la plenitud del Reino no llegará hasta la consumación de los tiempos, pero su presencia entre nosotros ya se ha inaugurado. Es verdad que Cristo se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pero su humanidad transfigurada no puede dejar de manifestar su gloria, así como un frasco de perfume exhala el olor de la esencia que lleva dentro. La escena bíblica de la Transfiguración nos permite entender algo de este misterio: En la humanidad de Jesús se manifiesta su divinidad; en su pobreza, la gloria; en su aparente fracaso (no olvidemos que se produce de camino hacia Jerusalén, después del primer anuncio de la Pasión), un anticipo de su triunfo. La belleza de la creación, del arte, de la liturgia, de la vida entregada de los Santos... nos ayuda a intuir algo de la belleza del Señor y de la gloria del cielo. «El alma quiere hacerse semejante con su Amado, saboreando sus gozos y dulzuras y viviendo su misma vida para actuar como Él. Por medio del ejercicio del amor, absorta en su hermosura, quiere transformarse en su hermosura y hacerse semejante en hermosura para empezar a vivir y a gozar aquella hermosura que se le dará sin límites en la vida eterna» (S. Juan de la Cruz. «Cántico Espiritual»).

sábado, 16 de noviembre de 2013

Elogio de la simplicidad

Es posible que en algún momento hayamos escuchado, que lo simple, y todo lo relacionado con la simplicidad, tiene un gran valor, incluso por encima de lo complejo.
Son las estructuras arquitectónicas simples las que finalmente superan a las complejas. Son los productos simples, los que venden más. Son las soluciones simples, las que finalmente terminan adquiriendo las empresas.
Pero sin embargo, muchos alegan que la simplicidad es un término subjetivo, que dependerá de cada persona y cada forma de ver el mundo, y que por tanto la simplicidad en sí misma no tiene mucho sentido que digamos.
A esas personas, hay que decirles que puede no haber una simplicidad absoluta, por supuesto que puede haber una simplicidad relativa. Es decir, si bien no podríamos establecer en términos concretos qué sería lo más simple en el mundo o en el universo, sí lo podríamos hacer con un número limitado de opciones o alternativas:  no existe un solo camino a la simplicidad, existen quizás tantos caminos hacia la vida simple, como personas que la estén buscando ahora mismo.
Creo que sobra decir que una vida simple trae consigo montones de ventajas, entre las que podríamos mencionar someramente:
•Ausencia de depresión y estrés.
•Tranquilidad.
•Claridad en las metas y logros.
•Armonía con el entorno.
•Toma de consciencia de nosotros mismos y de lo que nos rodea.
•Vida con propósito.
Quizá no exista una sola definición. Alguien podría decir, que vivir simple es tener una cabaña en el monte, sin electricidad, y tan sólo un libro, y en la noche simplemente duermas a falta de luz. Para mí, eso no es una vida simple, aunque para muchos sería lo más ideal.
La idea entonces más básica sobre la simplicidad es la de conservar espacios prioritarios para lo más esencial. No necesariamente espacios físicos. Más bien algo así:
•Aquellas actividades que amo hacer.
•Personas con las que me gusta estar.
•Objetos que son indispensables para mí.
Y  entonces, para simplificar tu vida, lo que tienes que hacer es remover lo que no es esencial, poco a poco.
El camino que tomes entonces a la simplicidad llenará tu vida de valor. Te hará rico y abundante, te convertirá en alguien que vive intensamente cada momento y que aprecia lo que tiene, así como se apasiona por lo que hace y por lo tanto es feliz.

“Sancta simplicitas”, como dijo en una ocasión Pío XII.